Crímenes de Chile: La muerte de Pedro de Miranda



El 01 de Noviembre de 1573, Santiago del Nuevo Extremo era apenas un conjunto de casas de madera alrededor de una plaza. Pero no una plaza como la imaginamos ahora, sino una típica plaza española, es decir, un cuadrado de tierra vacío con una pileta de agua para el servicio doméstico, un sitio apartado  para las ejecuciones, mercado de abastos en el costado y las instituciones alrededor (Iglesia, Casa del Gobernador y la Cárcel). 

Las primeras casas de los colonos, levantadas de madera y paja habían cambiado para dar forma a casas fuertes y de fachada contínua como sería el tópico normal en la arquitectura colonial chilena. Pero ese día, no sabemos la hora precisa, la casa de altos (la primera construida en Chile) que ocupaba el solar nororiente al costado de la plaza (hoy Estado esquina Monjitas), esto es, frente a la Iglesia Mayor, fue el lugar escogido por el demonio para soltar su cola y masacrar a sus ocupantes, lo que sería conocido como el primer crimen social de la historia documentada de Chile, según la clasificación de Vicuña Mackenna.





Dueño de este magnífico solar, era don Pedro de Miranda, natural de Navarra, hijo de Sancho García de Miranda y María González de Bodeva. Nacido en 1517. Con apenas 18 años se embarca en Sanlúcar de Barrameda con dirección a Nueva Granada y desde ahí, no aparece en los registros hasta que en 1539 se entera de la expedición de Valdivia hacia Chile a la que se suma desde el primer momento. 

"Puesto Pedro de Valdivia en la plaza mayor de la ciudad del Cuzco con los españoles que lo seguían, i enarbolado el real estandarte por Pedro de Miranda, alférez mayor, entró en la catedral con los  principales oficiales de su pequeño ejército, i en manos de su ilustrísimo Prelado don frai Vicence Valverde, hicieron voto de dedicar el primer templo que levantasen en Chile la Asunción de la Virgen María, i la primera ciudad que fundara el apóstol Santiago. Recibida la bendición episcopal, i admitidos por capellanes del ejército a los licenciados don Bartolomé Rodrigo González Marmolejo i don Diego de Medina, volvió a la plaza mayor, i ocupando cada uno su puesto se puso en marcha para la ciudad de La Plata."

Fue testigo de la fundación de la ciudad y, cuando en 1541 Santiago fue incendiado por los naturales, Pedro de Miranda fue enviado con Alonso Monroy al Perú a buscar refuerzos. Como el barco que estaban construyendo en Concón fue destruído, el viaje debió ser realizado a caballo. En el camino, cerca de Copiapó fueron atacados por los índigenas de la zona que estaban en pie de guerra y tomados prisioneros. Los cuatro hombres que conformaban la guardia fueron muertos, pero Miranda y Monroy fueron tenidos como prisioneros gracias al mismo Miranda, quien "amenizaba su labor tocando en un txistú (flauta de tres hoyos) canciones vascas tradicionales". Esta habilidad, su ingenio y encanto personal, ya que logró enamorar a Pichimanqui, hija del cacique local, quien abogó por él, los mantuvo con vida. Los indios lo dejaron vivo a cambio de que les enseñara a tocar el instrumento y de que Monroy les enseñara a cabalgar. Eran mantenidos en forma separada y sin armas, pero se las ingenieron para comunicarse y acordar la fuga. Un buen día, alejados del campamento indígena, hirieron, con unas dagas previamente guardadas en los borceguíes, a los indios que estaban con ellos (incluido el cacique y casi suegro) y partieron al galope por el despoblado de Atacama.



De su suerte no sabían, pero se pusieron a rezar, que para eso eran españoles bien encomendados a sus patronos. Quiso la providencia que en medio de la nada, apareciera un animal (cabra u oveja) cargada con unos sacos de granos, salvándolos de morir de hambre. De esta forma lograron llegar al Cuzco y dar cuenta de la situación de Santiago.

Una vez allí, se enteraron de la muerte de Pizarro (auspiciador de Valdivia y a quien debían solicitar auxilios) por parte de las fuerzas de Diego de Almagro el mozo; en su lugar, debieron hablar con don Cristóbal Vaca de Castro, el nuevo gobernador y amigo personal de Pedro de Valdivia.

Llegaron a Santiago por mar, en diciembre de 1543 trayendo los refuerzos pedidos y otros por tierra que llegarían más tarde.

Esta y otras actividades destacadas le valieron ser parte de las primeras entregas de tierra entre los conquistadores, concediéndole, mediante un bando pregonado, la Encomienda de Copequén, ubicada en el valle del Cachapoal (del mapudungún Kachu pual, es decir "pasto que hace delirar") abarcando "desde el Tambo e Iglesia de Copequén orillando el Cachapoal arriba hasta su junta con el río de Codegua y desde allí hasta las tierras de Gultro", esto es, por el costado nororiente del Cachapoal y a solo 16 km de Rancagua, capital regional y 99 km de Santiago.

Participó activamente en la Guerra de Arauco, siendo inmortalizado en el poema La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga. Y ostentó en diversos años, títulos de autoridad en la capital como Mayordomo de Iglesia, Procurador de Santiago, Regidor, Fundador de Cañete y Alcalde en la capital.



Como se puede apreciar, no era un simple ciudadano. Y por eso vivía en un solar en la Plaza Mayor teniendo de vecino nada menos que a Francisco de Aguirre. Según comentaba antes, su casa fue la primera "casa de altos" (dos pisos) en el país, construida con madera de canelo, cortada y labrada en la estancia de don Pedro, que hasta el día lleva el nombre de Lo Miranda, en Copequén.

Casado (probablemente en 1564) con la sobrina del Adelantado Jerónimo de Alderete, doña Esperanza de Rueda, hija legítima de Pedro de Rueda y María Toda de Soria, originarios de Zaragoza, con quien tuvo 9 hijos.

Antes de casarse, como casi todos los conquistadores, tuvo hijos mestizos a quienes reconoció y vivió con ellos: Catalina y Jerónimo.

Era Catalina hija de india, pero muy hermosa y llamaba la atención de hombres y mujeres cuando pasaba. Casada con Bernabé Mejía, vecino de Concepción y y soldado que viajaba constantemente al sur a combatir en la Guerra de Arauco. Durante sus ausencias, Catalina pasaba el día en la casa de su padre, para tranquilidad de su celoso marido y la suya propia. Hombre bruto y valiente, también era celópata y cuando estaba en la capital, no dejaba que su mujer saliera a ninguna parte, no fuera algún otro a mirarla. Literalmente, ni a misa...



El día 01 de Noviembre de 1573, se celebraba la misa de Vísperas de Difuntos en la Iglesia Mayor, que, como dijimos, estaba ubicada al frente del solar de los Miranda, solo debían cruzar la plaza. Quiso doña Esperanza, embarazada de su marido don Pedro, invitar a su hijastra Catalina, quien también estaba embarazada, a asistir a la misa. Bernabé Mejía, el soldado bruto, una vez más no quiso dejar salir a su mujer y a gritos le dijo lo que pensaba. Ella no quiso molestarlo y le dijo a su madrastra que no iría, actitud sumisa que enojó mucho a doña Esperanza y comenzó una fuerte discusión con su yerno. Pero el soldado no estaba para aguantar disparates de una mujer que para eso era el hombre y mandaba a su propia mujer y si no quería que ella saliera, pues no salía. Doña Esperanza, que no se amilanaba le "dijo un par de cosas de las que suelen decir las mujeres cuando están bravas" mientras su hija ni se acercaba a la puerta y solo atinaba a llorar.

La respuesta que recibió doña Esperanza fue inesperada. Preso de una ira incontrolada, Bernabé sacó su espada y la clavó en el centro de la mujer que ponía en duda su capacidad de hombre de la casa. Su propia esposa, llena de espanto intentó detenerlo pero nada podía parar a quien ya todo veía de rojo y recibió también una estocada en pleno vientre para quedar tirada, muerta al lado de su muerta madrastra.

Eran tales los llantos y el griterío que don Pedro, que estaba durmiendo en sus habitaciones salió a mirar qué sucedía y se encontró con el terrible espectáculo de su mujer y su hija tiradas en el suelo ensangrentadas y el infame, aun con la espada llena de sangre en el centro de la habitación. En ese momento, un comerciante llamado Francisco Soto, que estaba negociando unos caballos con don Pedro, también se asomó a ayudar a las mujeres. Ambos hombres, ya mayores, quisieron detener al asesino pero la juventud fue más rápida y ambos murieron por la misma espada. 



La servidumbre de la casa no daba más de terror en contra de esa bestia en que se había convertido el español y salieron pidiendo ayuda. Los vecinos que se acercaban a misa y demás paseantes hicieron fuerza común y lograron apresar al energúmeno. Y en el furor de la plebe, lo golpearon, mataron y arrastraron por la ciudad.

Según  Mariño de Lovera, luego de eso fue descuartizado, colgando los pedazos en la puerta de la misma casa, teatro de tan horrorosa tragedia.






Fuentes:

- Historia Crítica y Social de Santiago. Tomo I. Benjamín Vicuña Mackenna
- Crónicas del Reino de Chile. Pedro Mariño de Lovera
- Historia de Góngora y Marmolejo.
- Los Conquistadores de Chile. Thomás Thayer Ojeda.
- Genea-logica.blogspot.cl
- Cuentos con historia: Chile siglos XVI, XVII, XVIII

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