Tercer Lugar Un Cuento para Rancagua: Lectura



Sentada en la biblioteca leía un cuento de García Márquez; siempre ocurrían cosas inesperadas. Su zapato tenía una mancha de barro que la desconcentraba pero lo limpió con una toalla de papel y respiró tranquila.

Miró el teléfono. Nada. Estaba atrasado. Volvió a la página 15 y Eréndira tuerce las sábanas sacando chorros de agua.



Un hombre ordenaba libros cerca de ella mirándola de reojo, como midiendo las distancias. Lo ignoró. Bastaba verlo para darse cuenta que era casado, infeliz y seguramente incapaz de aguantar la eyaculación en el momento oportuno. No valía la pena el esfuerzo.

Frente a ella, una mujer simulaba leer mientras dormitaba. Era de esas rupturistas que aparentan disconformidad con el sistema usando atuendos extraños. Su pelo quiso ser morado pero  a contraluz parecía pelo de muñeca de fantasía por el tono lila que reflejaba. Las medias rotas y zapatillas con brillos. Fanática de Mon Lafert, usaba la misma flor en el pelo. En su listado mental pasó a primer lugar. No se duerme en una biblioteca.



Página 25 y Eréndira descubre que las naranjas tienen joyas en su interior entretanto el teléfono vibraba. Entonces se levantó girando de improviso; la pequeña daga que tenía en su mano voló para terminar enterrada en el cuello de la muñeca lila. El hombre intentó detenerla pero ella torció su cabeza hasta un sonoro crujido que lo derritió. En la calle, vio su objetivo y disparó el arma.


En medio de la locura que produjo el choque del vehículo, nadie se dio cuenta que se sacó la peluca, dio vuelta la chaqueta y calzó zapatillas limpias. Con calma se sentó a esperar que sonara nuevamente su teléfono mientras terminaba de leer la loca aventura de Eréndira. Cierta humedad delatora en la entrepierna logró una sonrisa; podía ser extraño, pero le excitaba que sucedieran cosas inesperadas mientras leía.


Castas por la Patria: El Batallón de Infantes




El batallón de Infantes de la Patria fue un cuerpo militar formado a partir de una guardia de milicianos voluntarios llamado Batallón de Pardos, creado con objeto de vigilar las calles y proteger el comercio, algo así como los serenos. Esta milicia se formó exclusivamente con afrochilenos mestizos, que eran civiles que se desempeñaban en labores de comercio y artesanía como zapateros, barberos, sastres y similares. Para estos ciudadanos, hombres libres afrodescendientes, era una forma de subir en la cerrada jerarquía social de aquellos tiempos, aunque tuvieran que costearse en forma personal su equipo y armamento. Si bien les significaba gastos y tiempo de servicio, les permitía la obtención de beneficios y prestigio social, algo muy valorado en la época. La oficialidad fue al comienzo de ciudadanos españoles de las llamadas familias patricias, pero con el tiempo fueron comandados igualmente por oficialidad de color. Además de su trabajo normal de guardias cívicos, empezaron a reemplazar a los soldados de línea, cuando por alguna emergencia, éstos debían salir de Santiago.

Tuvo una destacada participación durante la independencia de Chile, tanto en la Patria Vieja como en el período denominado Patria Nueva y aunque es recordado con este nombre, no siempre fue conocido así ni tampoco fue un batallón. Su historia debe rastrearse a las unidades milicianas de pardos que existían en la capital del reino y que tuvieron una vida continua, dado que los primeros antecedentes de cuerpos de pardos datan del siglo XVII. Para 1720 existía una compañía de negros y morenos libres, la que fue creciendo a tal punto en los años posteriores que para 1750 tenía fuerza suficiente para crear una nueva compañía, la que se estructuró en dos cuerpos: La de la Cañasa (Infantería) y la de Artillería.  Esta organización duró poco , debido a que el gobernador Manuel Amat realizó una reestructuración de las fuerzas milicianas, que tenía directa incidencia en los pardos. En consecuencia, este cuerpo fue dividido en tres secciones: Húsares de Borbón (caballería ligera), de Granaderos (infantería pesada) y de Artillería, con alrededor de 200 miembros.

Sobre su estructura se estableció un doble criterio de selección para los soldados negros, el que fue por ubicación geográfica y racial. El racial, establecía que los zambos debían alistarse en la unidad de caballería ligera, los negros y mulatos en la de La Cañada y todos ellos podían ser reclutados para la Artillería. El criterio de localización espacial, estableció que los milicianos serían reclutados según el barrio de residencia. Esto produjo algunas polémicas, ya que, como se comprenderá, tuvo por resultado una serie de disputas entre los oficiales de dichas compañías, quienes pugnaban por alistar el mayor número de hombres en sus filas y no dudaban en literalmente, robar los soldados de los otros cuerpos de milicias de castas, amparados en que o bien debían pertenecer a su compañía por su condición de mulatos o zambos o si no, porque residían en un lugar determinado de la ciudad, pues ambos criterios parecían ser válidos al momento del reclutamiento.

Posteriormente, en 1762, el gobernador Antonio Guill y Gonzaga realizó una nueva reforma sobre este cuerpo, dejando estructuradas las compañías de la siguiente manera: una de Artillería, la de zambos libres, la de La Cañada y la del Río. Sin embargo, la anterior organización solamente duró un año, ya que el gobernador Agustín de Jáuregui aumentó en una compañía de infantería la fuerza de los pardos y por primera vez se dispuso que el comando de estas tropas recayese en un capitán comandante pardo, el maestro barbero Jorge Gregorio de Arenas. Anteriormente el comandante de todas las compañías fue un oficial blanco, aunque se debe mencionar que los capitanes de cada compañía y sus oficiales eran de color.

Sargento José Romero, "Zambo Peluca"

Respecto de su disciplina interna, el cuerpo de pardos, al igual que otras unidades de milicias se regían principalmente por el Reglamento para las Milicias de Infantería y Caballería de la Isla de Cuba del 19 de Enero de 1769, que fue extendido al resto de América por Real Orden en 1791.

La unidad permaneció sin cambios aparentes hasta la instalación de la Junta Gubernativa del Reino  el 18 de Septiembre de 1810, y la orden que ésta dio el 2 de diciembre de erigir nuevos cuerpos regulares de tropas en la capital. Es muy probable que producto de la creación de fuerzas regulares en Santiago, se haya decidido aumentar las del cuerpo de pardos. Esto con el fin de convertirlo en batallón, siguiendo la línea de poseer un núcleo de tropas que protegiera a las nuevas autoridades instaladas, en previsión de que ocurriese algún imprevisto como sucedió con el Motín de Figueroa el 1 de abril de 1811.

El Batallón de Milicias Disciplinadas de Pardos se encontraba acantonado dicho mes y no concurrió como los Granaderos y otras fuerzas a sofocar el alzamiento. Esta situación no tuvo mayores consecuencias, a diferencia de lo que ocurriría con el primer golpe de Estado dado por José Miguel Carrera el 4 de septiembre del mismo año. El no haber concurrido con las tropas en apoyo del movimiento revolucionario, molestó sobremanera a los oficiales, quienes expusieron en el Congreso lo siguiente:

Se leyó una representación de los oficiales de milicias del cuerpo de pardos, manifestando el sentimiento de no haber concurrido al servicio de la patria en el acaecimiento del día 4, por la poca actividad de su comandante, i que, para evitar algún accidente , i ponerse en el estado de disciplina que las haga útiles como desean, se encargase la inspección al coronel comandante de asamblea, don Juan de Dios Vial. Se acordó esto último, i previno a dicho oficial que proponga las reformas que tenga por convenientes a la Junta de Gobierno, a quien se remitió este negocio.

El comandante era Juan de Dios Portillo y su inacción le costó el puesto y pasar a retiro.

Respecto de su estructura, luego que fue elevado a batallón, sus compañías aumentaron de cuatro a seis, las que en su totalidad eran de fusileros de infantería.

Nuestros hermanos los pardos han manifestado siempre una ardiente y generosa adhesión a nuestros principios. Deben contarse entre los valientes defensores de la patria. Ya su cuerpo está aumentado a la clase de batallón, i dentro de poco, podrá competir con los veteranos

Debido a los cambiantes sucesos políticos que acaecían, el batallón no logró estar ajeno totalmente a ellos. Como lo fue la fallida conspiración del 27 de noviembre de 1811 contra los Carrera, en que se acusaba al Subinspector de pardos, Juan de Dios Vial Santelices, que había sondeado los ánimos de los oficiales y tropa de los pardos para indisponerlos contra el gobierno de turno. En consecuencia, el Subinspector pidió testimonios a parte de la oficialidad de los pardos quienes entregaron su apoyo a Juan de Dios Vial desmintiendo que intentó amotinar algún cuerpo militar contra el gobierno.

Pese a esta situación menor, la vida de la unidad siguió su curso y al igual que sus pares, fueron llamados a servicio para hacer frente a una inesperada amenaza, los patriotas de Concepción liderados por Juan Martínez de Rozas. Este líder político exigía volver a una representación legislativa equitativa como se había planteado en sus orígenes, situación que cambió con la llegada al poder del grupo carrerista, dado que habían clausurado el Congreso Nacional el 2 de diciembre mediante un nuevo golpe de Estado. Esto finalmente ocasionó el quiebre entre ambas ciudades, y Concepción movilizó sus fuerzas, lo que provocó a su vez, que las tropas capitalinas fueran enviadas hasta Talca. 

Vestimenta de los milicianos

Solamente partieron las tropas regulares, y pese a que posteriormente hubo un pedido de los oficiales de las diversas unidades de milicias disciplinadas, estas no fueron enviadas.

Cabe recordar que las milicias disciplinadas, solamente realizaban asamblea (instrucción) de forma esporádica, generalmente los fines de semana. Pero recibían paga cuando se les llamaba al servicio, el resto del tiempo, solo los oficiales y suboficiales encargados de su instrucción recibían un prest.

Es por esto que permanecieron acuartelados en la capital en espera de ser llamados, cosa que no ocurrió. Luego fueron liberados de sus obligaciones con fecha 30 de Mayo ya que el erario debió privilegiar el pago de las tropas del sur y el de los Voluntarios de la Patria. Finalmente fueron movilizados por José Miguel Carrera, el 1 de Junio de 1812, cuando inició la campaña en el Sur por el desembarco de la primera expedición realista al mando del brigadier Antonio Pareja.

Los pagos se hacían mensualmente, pero en caso de que el servicio fuera solo algunos días, se les entregaba la proporción correspondiente.

-          50 pesos los capitanes
-          32 pesos los tenientes
-          25 pesos para los alféreces
-          15 pesos los sargentos 1°
-          13 pesos para los sargentos 2°
-          12 pesos para los cabos 1°
-          11 pesos para los cabos 2° (pífano y tambor)
-          10 pesos para los soldados

Este sueldo tenía que servirles para reemplazar el que alcanzaban con sus labores diarias, y también era ocupado, al menos por los oficiales, para comprar su propio uniforme, el que presentaba un carácter de obligatorio. Sin embargo, en el caso de la tropa dependía del comandante del cuerpo, dado que podía permitirles usar un simple poncho como uniforme en caso de ser necesario. El uniforme que utilizaron los pardos, probablemente debió ser casaca y calzón encarnado, solapa, chupín y vuelta verde, ojal y botón de plata.

Por decreto del 25 de abril de 1813, el Batallón de Milicias Disciplinadas de Pardos pasó a denominarse Batallón Infantes de la Patria, según consta lo siguiente:

1.       El nombre de batallón de pardos queda para siempre abolido en el territorio de Chile. Los militares se emplean todos en la defensa de la patria i ella sin distinguir de condición los aprecia igualmente, no teniendo otra consideración sino a sus virtudes.

2.       El batallón que hasta ahora se ha conocido con este título se denominará en adelante Batallón Infantes de la Patria.

Llegaron a Talca 250 Infantes el 4 de Mayo de 1813 y se incorporaron al Ejército Restaurador. Desde allí marcharon a Longaví, sonde se dio una nueva organización a las fuerzas patriotas, pasando los Infantes junto a los Voluntarios a formar la 3° división bajo el mando del Maestre de Campo brigadier Juan Mackenna O’Really. Sin embargo, a los pocos días el Infantes fue separado de la III división e incorporado a la II, así marcharon los pardos a su bautizo de fuego, el que encontrarían el 15 del mismo mes en la Batalla de San Carlos.



Las tropas realistas fueron sorprendidas por el Ejército Restaurador bajo el mando de José Miguel Carrera en San Carlos. Su jefe interino Juan Francisco Sánchez hizo colocar a sus 27 piezas de artillería sobre un cerro y a su infantería formar un cuadrilongo protegiéndolas, a su espalda tenía el río Ñuble por lo que solamente debía preocuparse de su frente y sus alas. A su vez, el jefe patriota mandó el despliegue de sus fuerzas con la Infantería la centro, compuesta por el Batallón Granaderos de Chile y el Batallón Infantes de la Patria y la Caballería a los flancos con el objetivo de rodear a los realistas y cortarles el paso. Sin embargo, el comandante de la II división se lanzó al ataque con sus granaderos y estropeó el plan de ataque, debido a que el Granaderos se dispersó en pelotones haciendo fuego, en ese instante el Infantes entró al ataque de frente y sufrió la misma suerte. Pese a que ambas unidades continuaron el combate hasta la tarde, la batalla estaba decidida a favor del bando realista.

Posteriormente, Sánchez se encerró en Chillán y los patriotas ocuparon Concepción el 23 de Mayo. No ocurrió lo mismo con Talcahuano que se hallaba defendida tanto por tierra como por mar, debió ser tomada por la fuerza.

Al amanecer del día 29 las guerrillas del capitán Joaquín Prieto y del teniente Ramón Freire, apoyadas por 200 soldados del Batallón de Infantes de la Patria con 2 piezas de artillería, atacaban las alturas del morro, mientras, el resto de la infantería, reforzado por un cañón, avanzó por las alturas cercanas a San Vicente y obligó a los defensores a huir hacia los buques surtos en la rada, dejando un buen número de muertos y ciento cincuenta prisioneros.

Batalla del Roble

Luego de esta acción el batallón participó en pequeñas acciones de guerra, pero no como unidad, sino que fraccionado. Uno de sus pelotones junto a otro del Voluntarios de la Patria fue aniquilado el 1 de Julio en camino hacia Chillán como refuerzo de las fuerzas sitiadoras. Parte de sus fuerzas estuvieron en el sitio de Chillán y partició en las acciones del 2 y 5 de agosto. Otra quedó de guarnición en Talcahuano y otra continuó esta primera campaña y sufrió el ataque nocturno durante la Batalla del Roble el 17 de octubre de 1813.

Luego de estos combates los oficiales se vieron envueltos en otro incidente político, producto de la desunión de José Miguel Carrera y sus hermanos. Sin embargo, Carrera retrasaba su partida y cuando lo hizo, el quiebre entre las tropas era evidente, algunos apoyaban a O’Higgins, nuevo Comandante en Jefe y otros al saliente. Por este motivo, la oficialidad del Infantes y de los Voluntarios de la Patria junto a la de los cuerpos milicianos acantonados en el campamento militar del Troncón, redactaron el siguiente documento:

Excmo. Señor:

Deseosos de precaver los insultos que nos anuncia la situación en que nos hallamos expuestos por la poca consideración de los jefes al bien público y a padecer las vejaciones de los enemigos que con insolencia intentan violar nuestros derechos y coartar nuestra libertad; usando de ella y de los medios más oportunos que inspira la prudencia, hemos pactado aproximarse a Itata con la fuerza de los infantes de la patria y los voluntarios, uniendo a estos los milicianos de Concepción con tras divisiones que se reunirán en el caso hasta formar una fuerza de doscientos y más fusileros.

Finalmente, el anterior problema se vio resuelto por la captura de los Carrera y por la llegada de una nueva expedición realista, esta vez al mando del brigadier Gabino Gaínza. El Batallón Infantes de la Patria antes de comenzar esta nueva campaña, recibió un refuerzo aproximado de 150 pardos que se habían quedado de guarnición en Santiago, lo que en parte supliría las bajas experimentadas por este cuerpo debido a los combates, las enfermedades y las deserciones.

La primera acción de importancia de esta nueva campaña fue la captura de Talca, la que se hallaba defendida por una reducida fuerza de 110 fusileros, 70 artilleros y 30 milicianos de caballería. Entro los primeros de la anterior relación se encontraban un número indeterminados de pardos, uno de ellos fue José Romero, conocido como Zambo Peluca, estaba en la defensa de Talca y sobrevivió a la Guerra de Independencia y llegar al grado de sargento mayor.

Los patriotas estaban acampados en el Quilo y el Membrillar, esperando los refuerzos al mando de Blanco Encalada. Parte de los Infantes junto a otras fuerzas que se hallaban en Quilo bajo el mando de O’Higgins lograron rechazar fácilmente a las tropas realistas aquel 16 de marzo de 1814, dado que estas estaban constituidas, en su mayoría por guerrilleros y su misión no era atacar a O’Higgins sino distraerlo. Los núcleos patriotas de O’Higgins y Mackenna localizados respectivamente en el Quilo y el Membrillar no podían ir en refuerzo, así que debieron prepararse para la defensa. El primero de ellos se tardó en ir como refuerzo de Mackenna debido al temor que tenía de ser atacado nuevamente, lo que ocasionó que el brigadier irlandés tuviera que afrontar con sus fuerzas el ataque del grueso realista aquel 20 del mismo mes. Posteriormente, los realistas acabaron con un refuerzo conducido por Blanco Encalada en Cancha Rayada el 29 de marzo de 1814. Lo que dejó a las fuerzas patriotas en un mal estado, pero a su vez los realistas tampoco estaban mejor, lo que di opaso a las negociaciones que culminaron en el Tratado de Lircay el 3 de Mayo del mismo año, que fue una tregua necesaria para ambas fuerzas.



Dicha paz transitoria se vio interrumpida por el golpe de Estado que dieron los Carrera el 23 de Julio de 1814 en Santiago, lo que provocó la reacción de O’Higgins y sus fuerzas. La oficialidad que estaba bajo su mando en Junta de Guerra celebrada el 28 de Julio en Talca resolvió por voto casi unánime (sólo José María Benavente estuvo en contra ya que era amigo personal de los Carrera) marchar a reponer las autoridades sacadas por los Carrera por la fuerza de ser necesario. El único oficial de los Infantes que tenía el grado mínimo requerido de capitán para participar en dicha votación y decidir por su cuerpo, dijo lo siguiente:

El capitán de Infantes de la Patria don Joaquín Alcaya dijo que opinaba del mismo modo que el capitán Correa (este opinó lo siguiente: que estando cierto que las corporaciones de la capital de Santiago no tenían facultad para elegir un gobierno que mandase a todo el reino, no obedecía a la autoridad nuevamente instituida) y lo firmó.

Una vez tomada la decisión, las fuerzas del Ejército Restaurador bajo el mando de O’Higgins partieron a cumplir su cometido. Pero como era de esperarse, José Miguel Carrera logró alistar las pocas fuerzas que poseía en la capital y se preparó para la defensa en la línea de Las Tres Acequias, al este del río Maipo, dejando al mando de ellas a su hermano, el coronel de Artillería Luis Carrera. La vanguardia de O´Higgins compuesta de Dragones de la Frontera, el 26 de agosto fue recibida por tiros de los fusileros y de la artillería carrerista y posteriormente fueron atacados por las milicias de Caballería, por lo que debieron retirarse derrotados. Mas O’Higgins no había renunciado a intentar otro ataque con todas sus fuerzas, siendo un elemento principal de este nuevo intento los Infantes de la Patria. Cuando recibió la noticia de la llegada de un emisario del brigadier Mariano Osorio, jefe de la tercera expedición realista, se vio obligado a buscar un acuerdo con José Miguel Carrera y unir sus escasas fuerzas para afrontar esta última campaña.

Las fuerzas del batallón se hallaban muy disminuidas, por el desgaste natural de campaña y además, porque habían perdido los hombres que guarnecían Talcahuano. El brigadier Osorio desembarcó sus fuerzas en Talcahuano el 13 de agosto y rindieron Concepción el mismo día luego de una defensa a la desesperada realizada por la escasa tropa patriota, compuesta por 130 fusileros, 60 lanceros y algunos vecinos. Todas las fuerzas que protegían la ciudad, entre ellos un pelotón de Infantes, fueron hechos prisioneros por varios años, como lo fue el sargento 1° Tadeo Mateluna.

Dando por perdidas las fuerzas al sur del río Maipo, José Miguel Carrera comenzó a reorganizar las tropas. El Batallón de Infantes de la Patria junto al Regimiento de Ingenuos de la Patria, se unieron para formar el Batallón de Infantería de Línea N°4.

Los Ingenuos de la Patria fue una unidad creada por decreto de la Junta Gubernativa de Chile el 25 de agosto de 1814. En base a esclavos que debían entregar sus dueños a los que se les pagaría el precio de venta normal. Estos hombres al ser incorporados en esta unidad podían acceder a su libertad pero luchando por ella. Lamentablemente, por falta de instrucción y el poco tiempo que hubo no fueron una fuerza efectiva.



Al analizar la nueva estructura del Batallón, se puede dar cuenta que los Infantes de la Patria finalmente pasaron a ser una unidad regular y por ende, tuvieron por primera vez una capellán y un cirujano.

Supuestamente, el  nuevo Batallón de Infantería de Línea N°4 debió tener una fuerza de 700 hombres sin contar a su Plana Mayor. Pero cabe preguntarse de dónde iba a sacar esa cantidad de soldados pardos. Por suerte había 100 Infantes resguardando Valparaíso junto a otras fuerzas desde el comienzo de la guerra. Estos fueron llamados por Carrera el 28 de Julio de 1814 para la capital. Según las anotaciones del mismo Carrera en su diario, los Infantes que estaban bajo el mando de O’Higgins después del combate de Tres Acequias eran solamente 47. Esto sin contar los Ingenuos que pudo haber reunido desde su reciente creación. Por lo que resulta muy lógico que en el estado de fuerzas de las tropas que combatirían en Rancagua, el Batallón de Línea N°4 solamente tuviera una fuerza de 186 soldados y 9 oficiales incluyendo a su comandante Ambrosio Rodríguez.




El batallón marchó al sur como parte de la III división que se encontraba bajo las órdenes directas del coronel Luis Carrera. Hubo una divergencia de planes entre O’Higgins y José Miguel Carrera, el primero quería hacer resistencia en Rancagua y el segundo en Angostura de Paine.

Finalmente no se realizó ninguno de los dos planes a cabalidad, se fortificó en algún grado la Angostura de Paine y se dejaron fuerzas resguardando el Cachapoal. Debido a que las tropas realistas lograron traspasar dicho río sin ser impedidos, las fuerzas de la I y II divisiones se encerraron en Rancagua. Así comenzó el 1° de octubre la sangrienta y larga batalla que duró hasta el día siguiente. Por suerte para los Infantes su nueva unidad estaba encuadrada en la III división y no sufrieron el rigor de la tabla aunque el 2 de octubre realizaron un ataque para que los patriotas efectuaran una salida de dicha plaza que no concretaron por falta de coordinación. Posteriormente los restos de la I y II realizaron una salida a la fuerza, rompiendo el cerco realista y retirándose con los que quedaba de la III.

Pero este no fue el fin de las penurias de los Infantes, ya que tuvieron que proteger la retirada patriota y entablar un último combate en la Ladera de los Papeles. Como informa el mismo Osorio en un comunicado al Virrey del Perú.

El enemigo, en precipitada fuga, abandonándolo todo y con poquísima gente, pues quizá no llegaría a cien hombres, pasó la cordillera del 13 al 14; desde Colina a la cumbre de Los Andes, hasta donde se les pudo seguir, se le tomaron nueve piezas de artillería de diferentes calibres, con algunas cureñas que no tuvo tiempo de quemar; muchas municiones, particularmente de cañón, más de 300 fusiles, más de 200 prisioneros, sin contar 36 muertos que tuvo en la pequeña acción que quiso sostener en la altura más arriba de la ladera llamada de Los Papeles, dentro de la cordillera; la bandera del Batallón de Ingenuos, con la misma divisa negra…

Esta información se puede contrastar con la que existe anotada en la Hoja de Servicios de Pedro Nolasco Vial.

En la de Rancagua desde el 26 de setiembre hasta el 15 de octubre de 1814, al mando del Batallón Infantes de la Patria i cuatro piezas de artillería i con la fuerza que salvó de la acción de Rancagua en los días 1 y 2 de octubre protegió la retirada hasta la otra banda de la cordillera, precipitó los cañones en la ladera de los Papeles, por la imposibilidad de conducirlos i entregó en Mendoza en 16 de octubre 14 artilleros y 94 infantes con sus armas y bandera de batallón.

En ambas fuentes queda claro que en la cuesta de Los Papeles, las fuerzas patriotas que sobrevivieron al enfrentamiento de los realistas eran alrededor de 100 hombres, que se vieron obligados a abandonar los cañones y que su infantería estaba compuesta por hombres de color. Ninguna de las fuentes miente en su relato, debido a que el Batallón de Infantería de Línea N°4 solamente existía de nombre y que en la realidad, tanto los Infantes como los Ingenuos, operaban como unidades independientes cada una con su propia bandera. La del Ingenuos fue capturada pero la del Infantes logró llegar a salvo a Mendoza conducida por los restos de este golpeado batallón.



Así terminó la destacada actuación de los denominados pardos, gente de color que pertenecía al bajo pueblo, preferentemente artesanos y maestros de oficio. De los aproximadamente 370 hombres que servían en esta unidad para abril de 1811, apenas lograron llegar a Mendoza unos 94. Una cifra atroz, ya que entre muertos y prisioneros la unidad perdió el 75% de su fuerza. Pero este no fue el final de la lucha, ya que en primera instancia fueron incorporados el 1 de noviembre al batallón de Auxiliares de Córdoba, para luego ser llamados de forma exclusiva, tanto los Infantes como los Ingenuos y esclavos chilenos para formar un cuerpo cuando regresaran a Chile. Una vez ocurrida la victoria de Chacabuco e instalado el gobierno de O’Higgins, este, mediante un decreto estableció la reorganización del Infantes de la Patria, participando en la Batalla de Maipú.




Fuentes:

- La actuación del Batallón de Infantes de la Patria durante la Patria Vieja. Claudio Vivanco
- Artesanos Mulatos y Soldados Beneméritos. Hugo Contreras Cruces
- http://ong-oronegro.blogspot.cl



Cuando las ofensas se lavan con sangre : El duelo de Carrera y Mackenna



Hacia 1814 tanto el ejército como la población civil del país se hallaba dividida en dos grandes bandos: los seguidores de Carrera y los de O'Higgins.

Sobrevino el desastre de Rancagua y el exilio fue masivo hacia Argentina; y se fueron tal cual estaban acá, en dos bandos separados y enemistados entre si.

El gobierno de Buenos Aires, manteniéndose oficialmente en estricta neutralidad respecto de los partidos que dividían la revolución de Chile, en la realidad no lo era, ya que, a través de su delegado en Santiago, don Bernardo Vera y Pintado, se informaba del estado interno de la situación del país y éste aludía a los Carrera como los gestores de la guerra civil en la que se encontraba Chile frente al enemigo común, culpándolo de esta forma, de la pérdida de la causa por su atolondramiento, arrogancia y nepotismo.

Tan claras eran sus simpatías que cuando en Mayo de 1814 llegó a Argentina el Brigadier Juan José Carrera exiliado por el gobierno de Chile, se ordenó, en forma reservada que se le mantuviera bajo vigilancia informando cada uno de sus movimientos. En cambio, cuando fue desterrado el brigadier Juan Mackenna por orden del gobierno de Carrera, fue recibido sin reservas y con autorización de libertad de movimientos.

Miles de chilenos parten a Mendoza luego del desastre de Rancagua

San Martín temía que su provincia fuera invadida por los realistas que seguían a los chilenos y solicitó autorización para levantar defensas en la ciudad. Para ello se le enviaron refuerzos y la orden de organizar la migración enrolando a todos los soldados disponibles bajo la bandera del Ejército Libertador. Salió a recibir a O'Higgins pero no a Carrera que venía más atrás. Y tuvo su primer encuentro con ellos a raíz de las quejas de José Miguel por la falta de reconocimiento a su cargo y al tratamiento que se le daba.  

La situación en Mendoza se hacía insostenible. Carrera acusaba a O'Higgins y sus partidarios de haber perdido en Rancagua y por ende, a la patria y los partidarios de éstos, acusaban de lo mismo y  más a Carrera y los suyos.

Como respuesta de las acusaciones de Carrera, 74 militares, entre ellos el general O'Higgins, brigadier Mackenna, los coroneles Juan de Dios Vial, el mariscal don Andrés de Alcázar, y los capitanes Santiago Bueras y Ramón Freire, firmaron un documento en el que pedían protección y amparo a San Martín en contra de los autores de la ruina de la patria para quienes pedían represión y castigo. 

Hallándose encerradas en la villa de Rancagua la primera y la segunda división del ejército, i habiendo consumido todas las municiones en la gloriosa defensa de aquella plaza después de treinta i cuatro horas de fuego contínuo, no quisieron don José Miguel i don Luis Carrera auxiliarla con la tercera división, sin embargo de haberlo ofrecido cuando se les hizo saber el estado peligroso de aquella plaza. La imponderable cobardía de estos hombres no les dio lugar a otra cosa que a presentarse a diez o doce cuadras de Rancagua para entregarse luego a una fuga vergonzosa...

Los partidarios de Carrera presentaron sus descargos firmando, más de 130 oficiales de menor graduación un documento dirigido al Excmo gobierno superior de los emigrados de Chile, pidiéndole protección contra las autoridades de Cuyo por el temor de ser degollados una vez fueron expulsados los oficiales de mayor jerarquía.

Las facciones estaban separadas: Carrera se adueñó del cuartel de la Caridad y las tropas de O'Higgins, lideradas por Alcázar, se mantenían en el otro lado de la ciudad. Y para contribuir más aún al ambiente tenso, Juan José Carrera envío una nota de desafío a Juan Mackenna señalándolo como el mayor instigador en contra de su familia. El valor de Juan José estaba en entredicho producto de sus conductas anteriores en el campo de batalla, especialmente en Rancagua, que, siendo el oficial de mayor graduación, le entregó el mando a O'Higgins y se mantuvo todo el tiempo que duró el lance, escondido en una de las iglesias del sitio. Cuando dieron la voz de romper el cerco, fue de los primeros en salir dejando incluso a un amigo suyo a merced de Osorio cuando éste cayó de su caballo en la huida.

Brigadier Juan Mackenna

Se presumía que el duelo no tendría efecto, sino que se trataba más de una trampa para atraer a Mackenna a un lugar apartado y vengarse con ventaja. San Martín se enteró del desafío y tomó todas las providencias del caso para que no se llevara a cabo.

San Martín, cansado de la situación les aconseja a ambos bandos que resuelvan sus conflictos con el gobierno central aun sabiendo cuales serían las respuestas para cada cual.

Por esta razón, José Miguel Carrera envío a su hermano don Luis Carrera y al coronel José María Benavente en representación de su gobierno a defender la causa de sus emigrados.

Días antes de la llegada de Luis y José María, llegó a Buenos Aires, el brigadier Juan Mackenna y su compañero y primo don Antonio José de Irisarri, en representación de la facción contraria a Carrera para ponerse a disposición del país vecino. Tenían además, relaciones de amistad con el secretario de guerra don Francisco Javier de Viana que los recibió favorablemente por cuanto lo que contaba Mackenna se veía confirmado por las opiniones de San Martín y el delegado en Chile.

Por su parte, don Luis Carrera y José María Benavente, traían consigo las credenciales de representación emitidas por don José Miguel Carrera, don Julián Uribe y don Manuel Muñoz Urzúa, quienes mantenían en Mendoza ser reconocidos como el "Supremo Gobierno de Chile".

El 9 de Noviembre escribía Luis a su hermano sobre la conferencia que había tenido con el director don Jervasio A. de Posadas, permitiéndose pensar que serían reconocidos sin mayores problemas. Con misma fecha, informaba San Martín al gobierno central de Buenos Aires, que había disuelto militarmente al llamado gobierno de Chile apresando a don José Miguel Carrera y a don Juan José Carrera y los hombres que lo seguían.  Se quejó de esto don Luis pero fue informado que el gobierno central apoyaba las gestiones de San Martín en todas sus formas, es decir, en el apresamiento y destierro de sus hermanos. Ese mismo días llegó la noticia a Buenos Aires que don Luis cargaba consigo una cuantiosa cantidad de oro, presumiblemente del tesoro nacional de Chile. Intentaron descubrir su paradero pero fue imposible. La llegada de más personas emigradas de Chile hablando en malos términos de la conducta de los Carrera y culpándolos de la pérdida del país no contribuyó a la causa de don Luis.


Sabiendo que don Juan Mackenna se encontraba en la ciudad y el origen de su visita, lo culpó de los chismorreos, de su propia situación y la de sus hermanos. Se hospedaban ambos en posadas distintas pero cercanas. 

Desde la instalación del gobierno independiente, Buenos Aires se abrió al comercio libre con todas las naciones por lo que los viajeros internacionales se multiplicaban. Es por eso que en la zona comercial de la ciudad se encontraban tres posadas dispuestas para recibir a los extranjeros; la posada Los tres reyes, donde se hospedaba el americano Monson a quien don Luis había confiado los caudales traídos desde Mendoza; la fonda Los americanos, donde alojaban Irisarri, Mackenna y su ayudante, Pablo Vargas; la tercera fonda o posada llamada la Fonda de Madama Clara, era donde pernoctaban don Luis y don José María, era regentada por la mujer del capitán americano Thomas Taylor.

En la tarde el 20 de Noviembre se presentó en la habitación de Mackenna el capitán Taylor con una carta de parte de don Luis Carrera, en la que decía:

V. ha insultado el honor de mi familia i el mío con suposiciones falsas i embusteras; i si V. lo tiene, me ha de dar satisfacción desdiciéndose en una concurrencia pública de cuanto V. ha hablado, o con las armas de la clase que V. quiera i en el lugar que le parezca. No sea, señor Mackenna, que un accidente tan raro como el de Talca haga que se descubra esta esquela. Con el portador espero contestación de V. 

L.C.

No era la primera vez que don Luis desafiaba a don Juan. Sucedió en Chile, durante el año anterior, cuando el gobierno central se trasladó a Talca para destituir a los hermanos Carrera de sus respectivos puestos, acusados de falta de disciplina en las tropas, saqueos a las poblaciones y juergas constantes con el resultado de estar perdiendo la campaña contra los realistas. En ese tiempo luchaban del mismo lado Juan Mackenna y los hermanos Carrera. 

Mackenna aconsejó a José Miguel no oponerse a las decisiones del gobierno pero cuando vio que Carrera se empeñaba más y más en quedarse con el poder, resolvió dirigirse él mismo a Talca a informar el estado del ejército. Situación bastante peligrosa de por si, porque debía recorrer una buena porción de territorio enemigo sin escolta y porque José Miguel había ordenado apresar a cualquiera que intentara salir de Concepción sin su permiso. A raíz del informe entregado por Mackenna, bastante negativo en cuanto a la administración y jefatura de los Carrera, estos fueron retirados de sus cargos y el mando entregado a O'Higgins.

José Miguel Carrera pasando revista a las tropas

Mackenna proclamaba que los Carrera carecían de todas las cualidades necesarias para el mando, que su patriotismo era una ambición desenfrenada y que ni siquiera tenían el valor de un verdadero soldado. 

Don Luis estaba en Talca y cuando se enteró de esto, no tardó en enviarle una nota de desafío a Mackenna, cosa que éste aceptó de buen grado. Misteriosamente la Junta Gubernativa se enteró de todo e impidieron el evento.

Más tarde, aludiendo al caso, el vocal de la Junta, don José Ignacio Cienfuegos, dijo que el mismo Mackenna había informado a la Junta del desafió con objeto de que fuera impedido, cosa que sucedió. Estos rumores fueron ofensivos para Mackenna quien pidió se le relevara del cargo para limpiar su honor mancillado como individuo y ciudadano inglés. El gobierno por su parte, calmó los ánimos declarando que el vocal Cienfuegos nunca había hecho tal comentario.

Como sea, ya era el segundo desafío que recibía de parte de don Luis y el tercero por parte de la familia Carrera y lo aceptó sin vacilar.


La verdad siempre sostendré i siempre he sostenido. Demasiado honor le he hecho a V. i a su familia; i si V. quiere portarse como hombre pruebe tener este asunto con más sijilo que el de Talca y el de Mendoza. Fijo a V, el lugar i hora para mañana en la noche; i en esta hora podría decirse si me viera V. con tiempo para tener pronto pólvora, balas i un amigo que aviso a V. llevo conmigo,

De V - M.

El mismo capitán Taylor se encargó de arreglar los detalles del asunto quedando en manos de cada uno de los contendientes, llevar las armas de su propiedad. Proveyó los caballos para ambos y determinó el lugar del enlace en un sitio llamado Bajo de la Residencia a orillas del Río de la Plata.

Ambos mantuvieron en secreto el duelo. Mackenna no confió en Irisarri para padrino sino que eligió a su ayudante don Pablo Vargas para este fin. Por otro lado, don Luis eligió como testigo al capitán Taylor dejando a José María en ignorancia del asunto.

Pasó el día. Carrera practicó tiro con pistola en la azotea de la fonda, luego jugó billar con el capitán Taylor y con Benavente, cenó con ellos y partió al anochecer a caballo diciéndole a Benavente que iría con Taylor y el cirujano a ver a un inglés Mackinly que vivía en el lado sur de la ciudad.

Pistolas de duelo

Mackenna mandó preparar las balas de su pistola sin ningún problema. Pasó la tarde con Irisarri, y mientras recibía la visita de dos amigos, llegó un negro trayendo de la brida el caballo que le enviara el capitán Taylor. Mandó poner sus pistolas en el caballo y partió justificando tener que visitar a su amigo Guillermo Brown, conocido marino inglés avecindado en la ciudad. En la calle se encontró con su ayudante y partieron al lugar de la cita.

La luna creciente apenas iluminaba el lugar y don Pablo Vargas trató de evitar el duelo aduciendo la falta de visibilidad de la hora y otros inconvenientes para que fuera aplazado a la mañana, de estar forma, tener tiempo de que algo sucediera y no se batieran. Pero no dio resultado. Ambos dijeron estar más que dispuestos para acabar con esto.

Por lo tanto y sin más que decir, se cargaron las pistolas traídas por Carrera y se entregaron una cada contendor. Tomaron lugar a doce pasos de distancia y a la señal dada por el capitán Taylor, ambos dispararon las armas. Se escucharon claramente dos tiros, los pocos pájaros que estaban cerca, volaron de sus árboles y en el silencio, solo se escuchó el río cercano. Los duelitas, cada uno en su lugar, no habían recibido daño alguno.

La primera carga no dañó a ninguno

Los testigos instaron a los ofendidos a reconciliarse ya que el hecho de haber disparado salvaba el honor de ambos, y que si no podían separarse como amigos al menos lo hicieran como dos caballeros que se merecen respeto entre sí. Por un momento lo pensaron, pero cuando Carrera insistió en que Mackenna renegara de lo dicho en público, este replicó "No me desdeciré jamás: antes que hacerlo prefiero batirme un día entero". "I yo" dijo Carrera, "me batiré dos".

Sin posibilidad de frenar la situación, Vargas dijo que se retiraría pero Taylor se lo impidió diciendo que luego de una segunda ronda de tiros, intentarían persuadir a los enemigos a dejar el campo de honor.

Se cargaron ahora las armas de Mackenna y se le entregaron a cada uno. Doce pasos y la voz de "Fuego" pero solo se escuchó un disparo. El arma de Carrera aun humeaba cuando Mackenna, con el brazo levantado en actitud de disparo, caminó tres pasos y cayó pesadamente en los brazos de su ayudante Vargas que se había adelantado para sostenerlo. Una bocanada de sangre brotó de su boca en un intento de hablar y Taylor atrajo a Carrera y le sostuvo la mano junto con la de Mackenna en un intento póstumo de reconciliación. El cuerpo se convulsionó con la muerte y el brigadier murió en silencio. 

La bala de Carrera enviada con precisión, viajó por encima del cañón que lo apuntaba y destrozando el pulgar y gatillo, atravesó en su viaje la garganta de Mackenna, se alojó en el hombro izquierdo, causándole le muerte casi instantánea.

La bala entró por la derecha, atravesó el cuello y se alojó en el hombro izquierdo

Al cirujano presente solo le quedó certificar la muerte y, pasado el primer instante de impresión, todos acordaron partir inmediatamente de ahí dejando el cuerpo tirado en el campo. Como medida de precaución, sacaron la esquela de desafío del bolsillo del cadáver y acordaron cada uno su coartada. Esta muerte no debía tener testigos, si caía uno, estaban todos listos.

Luis Carrera entregó el mismo el caballo que montaba y luego se juntó con Benavente con quien fue de visitas a una casa de familia donde estuvo hasta la medianoche.

Pablo Vargas por su parte, llegó con el uniforme manchado de sangre y le contó, casi de inmediato, todo lo sucedido a Irisarri, luego partió a la fonda de Taylor donde se cambió de ropa. Cuando volvió, contó nuevamente los sucesos a  dos amigos de Mackenna, y señaló que en la casa de Taylor se había quedado su ropa ensangrentada y la silla de montar del difunto.

En la madrugada del día siguiente, un peón que se dirigía a su trabajo descubrió el cadáver ensangrentado de Mackenna pero sin que sus ropas y arreos hubieran sido tocados. Avisó a su patrón don Joaquín Villalba quien además era alcalde del distrito, se levantó el cuerpo y fue depositado en la puerta del cabildo para que fuera reconocido por alguno de los transeúntes.

La ciudad amaneció con la noticia del asesinato del brigadier Juan Mackenna. Los rumores no paraban culpando a Luis Carrera de la muerte. Fue Irisarri quien reconoció el cuerpo tirado en la entrada del cabildo. Avisado el gobernador, dispuso que el cuerpo fuera llevado decente y respetuosamente a los curas franciscanos para darle sepultura. Los franciscanos se negaron aduciendo que no podían enterrar en suelo sagrado a quien moría a causa de un duelo, así que fue llevado y enterrado en la Iglesia de los Dominicos.

Ya era mediodía cuando se le dio sepultura y los chismorreos crecían. A estas alturas, Mackenna aparecía como un pobre asesinado a manos de Luis Carrera, que las pistolas habían estado amañanadas e incluso que se le había rematado a cuchillo generándole un corte en el pecho.

Luis Carrera fue hecho prisionero pero su declaración fue cerrada y con testigos que la confirmaban. Aún así, en su uniforme tenía rastros de sangre seca. Fue puesto en incomunicación por lo que durara la investigación.

Se llamaron a todos los testigos posibles pero no se pudo avanzar nada. Hubo testimonios del sonido de los disparos, de que vieron a un grupo de hombres a caballo por el lugar en la noche, de las supuestas visitas realizadas y no realizadas, pero  no había ningún testigo presencial que dijera cómo había sido el duelo. Oficialmente al menos, porque a voz del pueblo se conocían todos los detalles y los implicados. A estas alturas, tanto el ayudante Vargas como el capitán Taylor se encontraban fuera de la ciudad y no pensaban volver por el momento. 

Cabildo de Buenos Aires donde fue dejado el cadáver de Mackenna

José Miguel llegó a Buenos Aires y se enteró del encarcelamiento de su hermano. Buscó algunos contactos y presentó por escrito al Supremo Director, una queja por el tratamiento dado a su hermano y una acusación criminal en contra de Irisarri como detractor público de la familia Carrera. 

El proceso formado de órden suprema con el fin de descubrir el autor de la muerte de don Juan Mackenna, no descubre a dicho mi hermano, hasta su actual estado, segun entiendo como autor de aquel funesto suceso; i cuando despues de habérsele tomado su confesion parece que debió restituírsele en comunicacion i luego su libertad, se halla hasta el dia tan estrechado como al principio por los nuevos conatos de Irisarri, qua ha jurado sin duda se eterno antagonista de los Carrera. 

Con este documento, se dio libertad a Luis Carrera y se acallaron en parte las habladurías de la ciudad. Con todo, los hermanos se quedaron en Buenos Aires y el destino, esta vez, fue un poco más favorable a sus deseos  ya que comenzaba una pequeña y sutil oposición en contra de San Martín y el gobierno ya no estaba tan a favor de sus movimientos favoreciendo con esto, los objetivos de Carrera.

Jervasio Posadas que había tomado partido por San Martín y los emigrados de Chile favorables a O'Higgins dejaba el mando luego de un difícil gobierno. En su lugar, la asamblea designó por una pluralidad ascedente de sufrajios, al brigadier Carlos María de Alvear, de 24 años que había prestado servicios en España junto con José Miguel Carrera y sus opiniones y comentarios esta vez, fueron escuchados.

Del esclarecimiento de la muerte de Mackenna, el caso fue cerrado sin culpables, aun cuando toda la ciudad y en Mendoza, se conocían los detalles de lo ocurrido.





Fuentes:

- El ostracismo de los Carrera. Benjamin Vicuña Mackenna
- Historia Jeneral de Chile. Diego Barros Arana
- El ostracismo de Bernardo O'Higgins. Benjamin Vicuña Mackenna
- Memoria Histórica de la Revolución de Chile. Fray Melchor Martínez

Vicente Benavides: asolando la Frontera (Parte II)

Excmo, señor:

Son tantos i tan grandes los deseos con que me hallo de esterminar a los rebeldes i obstinados insurjentes que profanan este hermoso reino, que no cesa mi corazón un momento de tentar cuantos medios considero aparentes a su destrucción





Luego de las importantes victorias en Yumbel, Pangal y Tarpellanca, Benavides toma Concepción, a la sazón ya evacuada por Freire y es dueño de la provincia, salvo el puerto de Talcahuano, donde están encerradas las pocas tropas de Freire y los vecinos que pudieron seguirlo. Sin alimentos, armas ni vestuario, no representan ningún obstáculo para el montonero. No tenían soldados suficientes para rodear la defensa de Talcahuano, menos aún para atacarlo. Freire encerrado en el puerto, Prieto inmovilizado en Chillán y nadie para detenerlo.

Una vez en Concepción, se dedicó a hacer lo que más le gustaba. Humillar a los ciudadanos, exigirles pago y mentirles con buenas intensiones que ya nadie creía. Y a quienes osaban negar lo que pedía, los mataba. 

Deleitándose en la crueldad, emitió una serie de comunicados en que invitaba a los partidarios del bando contrario a mostrarse en público sin temor, que él respetaría su condición e incluso, ofrecía pasaporte y escolta a quienes quisieran tomar las armas de la patria. Por su puesto, con la benignidad propia de su carácter, según sus mismas palabras. Al mismo tiempo, escribía al guerrillero Hermosilla instalado en la Montaña, que no tuviera piedad alguna con los insurgentes porque sería premiado por el Virrey de acuerdo a la severidad con que actuara en este tema y de paso que aumentara la vigilancia sobre las gentes del campo para que no prestaran auxilio alguno a las tropas chilenas.

Testigos afirman que, si bien actuaba bajo la bandera española, se hizo una bandera propia y sólo usaba el estandarte real cuando le convenía. Por este tiempo fue que le escribió al Virrey en Lima ofreciéndole la devolución del reino de Chile por su propia mano o de lo contrario, su garganta quedaba a disposición. 

Para su diversión, se instaló en una casona en Concepción y, buscando aumentar su reputación de cruel y gastar el tiempo, mataba cada día a algún paisano por sospecha de ser insurgente o de estar en comunicación con ellos. Según relatos de Gregorio García Ferrer, pariente de su esposa y que viaja en sus huestes, aburrido de eliminar a los prisioneros con las armas, los desnudaba, envolvía en pieles frescas y los dejaba secar al sol hasta que morían. 

Hacía tiempo que Benavides acuñaba sus propias monedas para pagar a las tropas y guardar para sí. Para ello siempre confiscaba toda la plata que se conseguía con saqueos y mantenía en sus filas a un platero de Concepción, de nombre Leandro Muñoz, trabajando exclusivamente para el caso.




Junto con la plata, recogía todo lo que podía en víveres y lo que no podían cargar o consumir, era quemado. Los campos de la provincia estaban desolados, no había gente para cultivarlos ya que ordenaba que todos los hombres mayores de 12 años y menores de 60 participaran en sus filas, bajo pena de muerte si se negaban.

De Concepción, no dejó ni los fierros de las ventanas. Las chapas de las puertas, los cerrojos, las llaves, todo se transformó en municiones, y quien se negara a alguno de sus deseos o de su tropa, quedaba a disposición de su veleidosa crueldad. Más que soldado, creía tener derecho a reinar sobre el sur de Chile y no estaba dispuesto a parar.

Cruel a manos no poder no perdonaba enemigo o indisciplina. En una oportunidad mandó fusilar a tres soldados que hacían guardia en su casa porque se habían comido un costillar que tenía guardado para sí. En otra ocasión, mandó azotar a una mujer y a su hija por haber vendido medio de pan en dinero y no en monedas que él había hecho fabricar y que impuso su uso bajo pena de muerte.

Por este tiempo se puso en contacto con José Miguel Carrera, ofreciéndole entregarle el reino, si éste quisiera venir. No hay constancia de que Carrera contestara a estas invitaciones pero en sus proclamas, Benavides lo da por seguro y advierte a la población que esté presta a recibir al General.

Por otro lado, la situación de Freire era extrema. Uniformes rotos parchados con trozos de alfombras, descalzos, llegaron al punto de comer perros, gatos y ratones. Llenos de piojos, sarna y todos los males que puede acarrear el encierro prolongado en un lugar frío y lluvioso, con las condiciones higiénicas del siglo XVIII y sabiendo, a fuerza de repetirlo, que por más que pidieran ayuda a Santiago, esta no llegaría. Les enviaron por mar charqui y grasa que no alcanzó más que para unas semanas y unos barriles de pólvora que para colmo, estaba rebaja con polvo de ladrillo inutilizando los fusiles.

Sintiéndose poderoso, Benavides envía a Zapata a Chillán para hostilizar a Prieto. Juan Manuel Picó, por otro lado, se quedó con Benavides en Concepción pero al ver que su jefe solo de dedicaba a vanagloriarse en su fama, no pierde el tiempo y decide hostigar al enemigo en Talcahuano. Diariamente se para frente a la puerta del enemigo y, sabiendo de la pobreza de municiones, se burlaban de los soldados riendo a carcajadas casi en la boca misma de los cañones. Pero la fortuna comenzaría a cambiar.




Una mañana, sabiendo Picó que los patriotas salían de Talcahuano a forrajear un poco de pasto para los caballos, los esperó escondidos en la niebla matinal dispuesto a atacarlos por sorpresa. Pero la sorpresa se la llevó él cuando, una vez atacados los chilenos, volvieron grupas, soltaron su carga y comenzaron a defenderse ya hartos de la situación. Derrotado, tuvo Pico que volver grupas rápidamente para no terminar en el campo.




Esta pequeña escaramuza infundió valor a los soldados de Freire y, ya casi en el día 50 de su encierro, convinieron en un consejo de guerra que acabarían el sitio dejando la vida si fuera necesario. Entre morir de hambre y morir por el sable, elegían lo último. Benavides se enfrentaría a hombres decididos que ya no tenían nada más que perder.

No le tomó el peso a este pequeño encuentro y envío a Pico a Santa Juana con 500 hombres y, como dijimos antes, tenía a Zapata enfrentando a Prieto en Chillán. Además, envío a los indios que lo acompañaban de vuelta a sus reducciones por lo que el número de su ejército estaba bastante reducido. Pero no le importó.

El oficial Acosta, quien estaba a cargo de los dragones de O'Carrol, fue designado para dirigir el ataque por el costado sur. Junto con los indios de Quilapí, se formaron en línea de ataque frente al enemigo distante a unas seis cuadras. Eran estos indios los deudos de los que fueron masacrados en Los Angeles, así que estaban más que dispuestos a vengar sangre con sangre.




A la voz de "A la carga" partieron indios, caballería a infantería con tanta fuerza que el enemigo, a primera instancia se mantuvo a pie firme, pero, al ver la ferocidad de los soldados, entró en pánico y huyeron sin orden. La batalla fue ganada en un minuto dejando 150 muertos en el campo y solo 30 prisioneros. Por el lado de la patria, solo un muerto.

"A este tiempo cargó toda nuestra línea con tanta unión que fue por nosotros el triunfo de ese día 25 de Noviembre de 1820. Los indios fueron los primeros que llegaron i destrozaron la mitad que tenían al frente. No se oyó más que un tiro, no sé si fue carabina o pistola. El enemigo se espanta i vuelve cara sin hacer más defensa que correr y enristrar lanza a retaguardia. La distancia de la carga fue hasta el portezuelo de Los Perales, donde ya encontramos su fuerte infantería y paramos nuestra carga..."

Prieto por su parte, logró evitar el ataque a Chillán de Zapata y éste se vio obligado a refugiarse en Cocharcas sin recibir el auxilio de Pico. Benavides está en Concepción sin indios y sin sus mejores hombres.

Freire decide atacar directamente y la mañana del 27 de Noviembre una columna con todas las fuerzas sitiadas en Talcahuano sale con las banderas izadas dispuestos a entregar cara la vida. Los dragones querían vengar la muerte de O'Carrol, los cazadores debían lavar su nombre por la fuga en Pangal, y la infantería, debía rescatar a sus camaradas prisioneros y obligados a seguir a Benavides desde la capitulación en Tarpellanca, el  N°1 de Coquimbo.

A las doce del día entran en Concepción para tomar posiciones sobre el cerro Chepe. Benavides, con el doble de fuerzas, apostó su artillería en el Cerro Gavilán, justo al frente, separados solo por un pajonal. 

Nuestro ejército llevaba, desde el primer jefe hasta el último soldado, la firme resolución de morir todos i no volver mas a sufrir los padecimientos de hambre y cuanta escasez experimentábamos en el sitio de Talcahuano.

Benavides, confundido por la fuerza del ataque, se acobardó sacando sus líneas de ataque y replegándose hacia la Alameda de Concepción. Mientras los infantes de la patria entraban gritando Coquimbo! Coquimbo! llamando a sus camaradas para que volvieran con su batallón logrando una confusión tal que ya nadie sabía hacia quien atacaba. Ya no había brazo para tanto sablear...

En enemigo huye en desbandada hacia donde puede, logrando muchos tomar el río. Otros mueren ya fuera por las armas o por las aguas. El Bío Bío negreaba de godos que se ahogaban. En su apuro por escapar, Benavides olvida a su esposa que tuvo el valor suficiente para salvar la vida por si misma.

En media hora es derrotado sin posibilidad de levantarse nuevamente con igual fuerza. La ciudad es nuevamente chilena. Se les concedió a los soldados dos horas para el saqueo, pero, a las dos de la tarde, no los podían contener y el pillaje y excesos continuaron toda la tarde pese al esfuerzo de la oficialidad por detenerlo.




Conseguida la victoria, vengados los muertos, lavadas las heridas con la sangre del enemigo, Freire renuncia al cargo ya cansado de llevar la situación sobre sus hombros.



Tenga US la bondad de hacer presente al Excmo. Señor Director Supremo la renuncia que sumisamente hago del mando de esta provincia, suplicándole se digne permitirme continuar en el servicio de mi rejimiento, dónde podrá emplearme según pareciese más útil a la República.

No fue aceptada. Freire, al día siguiente, a las 10:00 hrs. fusilaba a 19 prisioneros, entre ellos a una mujer anciana, madre de un agente de Benavides. En su casa hospedaba a los espías del montonero y fue sentenciada a morir.

Benavides se fugó a Arauco. Allí, estableció su cuartel general convencido de que lograría sus propósitos a pesar de las derrotas. Para ganar tiempo una vez más, urde sus mentiras enviando una carta a Freire pidiéndole autorización para negociar un armisticio, aunque también lo amenaza de comenzar una guerra sin fin, junto con sus aliados los indios, en caso de que se negara. Freire acepta y es enviado el cura Ferrebú con las condiciones de negociación.

Pero como Benavides deshace con la izquierda lo hace la derecha, el mismo día que su emisario ponía los papeles sobre el escritorio de Freire, él movilizaba la tropa que le quedaba y los indios enemigos instalándose en Santa Juana dispuesto a continuar la lucha con cerca de 2.000 hombres. Como al pasar, y seguramente riéndose de la credulidad de Freire, cuando cruzó el río, lanzó la respuesta del general al agua. Una vez reunido con Pico, y para demostrar que pese a las derrotas no estaba rendido, ordenó a su lugarteniente, pasara por el fuego todos los pueblos y localidades que se hallaban desde San Pedro a Santa Juana. Ciudades y pueblos como San Pedro, Santa Juana, Nascmiento, Talcamávida, San Carlos de Purén, Santa Bárbara, Yumbel, Tucapel nuevo. Un verdadero cordón de fuego y desolación.




Atacan Chillán pero Prieto estaba de pie dispuesto a defenderla. Y lo logra derrotando a un enemigo poderoso. Pico queda en el territorio intentando recobrar fuerzas pero Benavides, huye  nuevamente a Arauco, esta vez con 200 hombres. Y lo que no logró  hacer por tierra, esta vez, intentará hacerlo por mar.


Ya durante el sitio de Talcahuano, Benavides estaba construyendo un barco en las cercanías de Arauco y cuando lo tuvo listo, en febrero de 1821, lo echó al mar enviándolo a Perú para pedir armas y provisiones. Pero el hombre que envió a cargo de esta misión lo traicionó y una vez en Lima, vende el barco en 6 mil pesos y se queda allá.

Pero el destino no le fallaba a este montonero. Frente a las costas de Arauco está la Isla Santa María, lugar de descanso para los buques balleneros que pasaban por las costas de Chile. Y justo recalaba en su costa la fragata inglesa Perseverance, Benavides la abordó y mató al centinela tomando prisionero al capitán y la tripulación. Para celebrar su bautizo en el mar, se encerró tres días a beber en la cabina principal, luego salió y mató al capitán y a tres marineros, para obligar al resto a obedecer sus órdenes. Encontró también, seis mil pesos, una fortuna para su complicada situación.

Luego de eso, tomó prisionero el bergatin norteamericano Hercelia, muriendo 6 tripulantes en el encuentro. El resto de la tripulación fue entregada como sirvientes a su tropa. 

Capturó también otro bergatín americano, el Hero, con tanta suerte que este buque estaba cargado con víveres y tejidos suficientes para alimentar a sus tropas y las gentes de Arauco e incluso los alrededores. Tanto así, que el populacho llamaba a sus parientes para venir a buscar su parte del botín.

Está el pueblo mui socorrido y con la presa de una fragata y un bergantín que últimamente se ha tomado, que según dicen es americano, se surtió esta plaza para poderse vestir. Vénganse con toda confianza que esto está mui bueno i mui seguro, i en cuanto al enemigo no hai que temer. Está esto de poder vivir con gusto i sosiego, pues en esa pienso no será posible estar tranquilo, tanto por los insurjentes cuanto por los indios, que aquí no hai esa pensión.

Estaban sacando los artículos del Hero, cuando divisaron otra embarcación, este era el Brujo, de origen nacional pero que, al intuir las intensiones de Benavides, partió a la vela rápidamente. Molesto por esta situación decidió matar al capitán del Hero y a su hijo, un niño de apenas siete años de edad.

Le importaba poco los potenciales problemas que podría tener al capturar navíos extranjeros. Se reía cuando le decían que tuviera cuidado con lo que hacía. I qué! Tenemos guerra con el inglés! Pués bien! Tenemos guerra con el americano, pues bien también!

Así que renombró al Hercelia como Arsella y al mando de Mainery, un marino italiano que llevaba unos meses con él, le dio patente de corso para que matara a quien quisiera. Este buque viajó a Chiloé a pedir refuerzos, víveres y municiones para Benavides y volvió trayendo lo solicitado. De esta forma, se iba armando nuevamente.

De las velas de los barcos hizo uniformes para sus tropas, los cueros de lobos marinos fueron convertidos en monturas, riendas y otros pertrechos; las tablas de los buques se convirtieron en carros de municiones y barcos menores; los arpones en lanzas; los clavos en estacas; hasta las láminas de cobre fueron utilizadas porque con ellas fabricó clarines porque, según él, los soldados nunca se sentirían dragones si no escuchaban el clarín dando órdenes.

Juntó a la tripulación de cada una de las naves y los armó de soldados y a quien no quiso obedecer, lo descuartizó a la vista de todos como escarmiento. 

Vicente Benavides se creía destinado por la providencia a un futuro glorioso, a dirigir un gran ejército y ser dueño de un país que estaría regido por nadie más que él y su familia. Tanto así que incluso llegó a nombrar los obispos y curas que debían ser consagrados para la asistencia espiritual de su tropa.




Si antes había fabricado sus propias monedas para tener circulante, ya en este momento empezó a utilizar el papel moneda ideado por él y fue también obligatorio su uso hasta el monto de cincuenta mil pesos. El papel era del tamaño de un cheque y en el centro tenía dibujado con compás un círculo que decía "Vale 1 real por el comandante jeneral de la provincia de Concepción-Benavides". En la orla del círculo decía "Por el rei vale un real. Sirve del 1° de agosto de 1821".

Lo acompañaban siempre su esposa, su madre, su padrastro y un hermano menor. No tuvo hijos legítimos con su mujer, pero sí tubo uno con otra mujer y al que le dio el grado de alférez de infantería en noviembre de 1820. Al parecer tuvo otro hijo natural quien a su vez dejaría descendientes en la zona de Concepción.

Volviendo a la situación, gracias a sus correrías de corso, pronto tuvo lo necesario para armar nuevamente un ejercito considerable. Contaba con dinero, especies, vestimentas y abundante comida. Le faltaban más hombres y armas. Quiso el destino que nuevamente fuera el mar quien lo proveyera. 

Otro bergatin americano, llamado Ocean, fue capturado cuando recalaba en las costas de la isla Santa María para reponer sus reservas de agua. Y cuando revisaron su cargamento, se dieron cuenta que no era otra cosa que armas: fusiles, carabinas, tercerolas, pistolas y sables. Una nueva leva general le sirvió para reclutar más hombres y estuvo listo para presentar batalla.

Cruza el río y se instala a medio camino, entre Chillán y Concepción con su nueva tropa que, indisciplinada pero llenos de armas y bien vestidos, eran un grupo variopinto de personas disfrazadas de soldados. Niños, ancianos, enfermos, soldados veteranos, marineros devenidos en soldados, milicianos e indios, era la masa de gente que acompañaba al bandido.

Prieto se defiende y Benavides recula. Es perseguido y pierde valiosos hombres. Es acorralado y cuando convoca a su consejo de guerra para informarles que prefiere retirarse a otro sector y no presentar batalla, Antonio Pincheira se molesta y se lleva a sus milicianos con él.

Prieto apura a sus soldados e insiste en darle alcance. Apenas lo tuvo en la mira ordenó a la caballería que atacase. Los soldados de Benavides, huyen despavoridos unos a la montaña y otros al río, muriendo ahogados. El primero en entrar al agua era el mismo Benavides, seguido de su asistente que llevaba una carga de barriles de vino y la hermosa mujer de uno de sus capitanes que se había pasado al bando de la patria. 

Apenas unos pocos intentaron hacer resistencia pero fue en vano. Es así como los patriotas ganaron la batalla sin perder un solo hombre. Y a diferencia de Freire, todos aquellos que fueron prisioneros, Prieto les dio el indulto bajando aun más el número de hombre que seguían a Benavides.




Pero en sus propias filas no hay contento y empiezan a sublevarse dejándolo solo y a merced de su inventiva. Durmiendo en los bosques, perseguido y a la vez custodiado por casi 25 hombres que aun le guardaban lealtad. Prieto encargó que se le persiguiera hasta la muerte y una noche, en pleno bosque fueron apresados mientras dormían, algunos de sus lugartenientes. Benavides solo escapó gracias a que su desconfianza natural lo hizo cambiar de lugar para dormir, según él, para evitar la traición.

Ya no era recibido en ningún sitio, amigo o enemigo; ni los indios lo recibían. Marchaba escondiéndose en distintas cuevas hasta llegar a la costa donde quemó las naves que le quedaban guardando solo una pequeña chalupa para viajar a Lima. Durante el camino había salvado la vida providencialmente corriendo al bosque en camisa, cuando unos antiguos camaradas de correrías, llegaron al lugar donde dormía dispuestos a entregar su cabeza por la recompensa puesta sobre él.

En estas condiciones llega a la desembocadura del Lebu junto a su mujer, su secretario Artigas y el pirata italiano Mayneri. Intenta su última jugada y envía una carta al Director Supremo Bernardo O'Higgins, negociando su libertad por los nombres de aquellos que le habían quitado el poder de su tropa. Pero como nada es claro con este hombre, al mismo tiempo que escribía esta carta, planificaba llegar a Perú por mar, para solicitar nuevamente y en persona, el apoyo al Virrey para continuar la guerra. Ya estamos en enero 1822.

Parte en una pequeña chalupa con rumbo al norte pero ya los  hombres que lo acompañaban, Artigas y Mayneri, estaban en acuerdo secreto de entregarlo. Lo engañaron en el avance de las aguas y en la cantidad de provisiones para obligarlo a detenerse en las costas de San Fernando para reabastecerse antes de continuar el viaje.

Entregado por sus hombres, es tomado prisionero sin oponer resistencia aunque exigió conversar directamente con el Director Supremo. Fue enviado por tierra hacia Santiago y en el camino le escribe a O'Higgins haciéndole ver que su intensión es siempre conversar con él para lograr la pacificación del sur de Chile y está dispuesto a entregar los nombres de aquellos que siguen combatiendo en nombre del rey. 

...Este es el objeto de mi venida, i no ningún otro, i espero que la justificada integridad de V.E que despreciando su acostumbrada benevolencia mis yerros pasados, i mirando al bien jeneral, se sirva dispensarme un rato de audiencia, asegurándole por lo más sagrado, mi buen proceder y tranquilidad de aquellos territorios...

Luego de más de una semana de viaje, llega a Santiago donde es recibido por el pueblo. Por orden del Ministerio de Guerra, es vestido con el uniforme de coronel español que llevaba en su equipaje con una banda de papel sobre el pecho. Para causar mayor efecto, lo montan en un burro desorejado y le ponen sobre el sombrero de felpa un letrero que decía: "Yo soi el traidor e infame Benavides, desnaturalizado americano". Es paseado desde la Alameda por calle Ahumada hasta la Plaza de Armas, con un batallón de infantería que le abría paso entre la multitud.

Fue enjuiciado rápidamente y, al momento de hacer sus descargos, culpó a otros de cada uno de sus crímenes, incluidos los asesinatos de los marinos ingleses y americanos. Renegando de sus acciones, justificando actos de barbarie como simples confusiones, terminó sus declaraciones renegando del mismo rey que defendiera con tanto ahínco.


...que a pesar de los servicios que el confesante les ha hecho, siempre lo han desatendido y procurado sacrificarlo, i que morirá con el dolor de no haber hecho ver al mundo con sus operaciones la inícua conducta de los españoles en América, pues al fin le pagaron sus servicios i grandes compromisos, sublevándose el resto de ellos que quedaban a sus órdenes.

Como esta última estrategia no le resultara, llegó a ofrecer dinero a cambio del perdón de su vida y pasaporte hasta Lima, pero la sentencia fue la esperada. 


Del modo más público, debiendo ser ahorcado i quedar pendiente su cadáver hasta ponerse el sol, i su cabeza y miembros más principales remitidos a la provincia de Concepción para que el señor intendente los mande colocar en altas picas en los lugares mismos donde ha cometido los mayores delitos i el resto de su cuerpo sea quemado por el verdugo a estramuros de la ciudad.

La mañana del 23 de febrero de 1822 fue arrastrado por una mula que, desde su cola tenía sujeto un cerón, hasta el pie de la horca que estaba montada sobre una plataforma delante del vestíbulo de la cárcel.




En medio del silencioso gentío solo se escuchaban sus imprecaciones, hasta que a última hora, con la soga rodeando su cuello, se sintió su angustia ante la muerte: ¡Madre mía de Mercedes, Madre mía de Mercedes! y la trampilla cedió.

De esta forma terminó la leyenda de Vicente Benavides, el hijo del carcelero de Quirihue, devenido en traidor, montonero y asesino. Pero la guerra a muerte que él comenzó, aun faltaba por terminar.





Fuentes:

- La guerra a muerte. Benjamín Vicuña Mackenna
- Revista Chilena de Historia y Geografía. N°53, 55 y 56
- Estudio sobre Vicente Benavides. Diego Barros Arana
- Historia General de Chile. Diego Barros Arana
- Relaciones históricas. Benjamín Vicuña Mackenna
- Historia de la Revolución de Chile. Mariana Torrente
- Historia Física y Política de Chile. Claudio Gay
- Extracto de un diario de viaje a Chile, Perú y México. Basilio Hall
- Revista de la Guerra de la Independencia de Chile. José Ballesteros

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