Vicente Benavides: Viviendo en la Frontera, de la patria a la traición

Vicente Benavides Llanos, nace en el año 1777 en la provincia de Itata, sur de Chile, específicamente en el pueblo de Quirihue.

Hijo de Toribio Benavides, alcaide de la cárcel del pueblo y de María Isabel Llanos. Descendiente en cuarta generación de Salvador de Benavides y Poveda, nacido en España de la familia de los Marqueses de Cañada Hermosa.

Su familia era pobre y sin mayor instrucción, por lo que nuestro personaje no tuvo acceso a educación formal hasta que fue incorporado como criado en la administración del Real Estanco de Tabacos, donde aprendió a escribir y leer, aunque no muy bien, pero que le permitió ganar la confianza de sus patrones hasta ser el funcionario encargado del traslado de los caudales recaudados en las provincias cercanas hasta Concepción, una de las ciudades grandes del sur de Chile.

En eso estaba cuando, en 1810, comienza el movimiento independentista en Chile y Latinoamérica y él decide enrolarse en el Regimiento de Granaderos donde alcanzó el grado de Sargento Primero.

Dragones de la Frontera

Si bien en Chile la revolución de la independencia no llegaba al extremo de las armas, en Argentina, o mejor dicho en las Provincias Unidas del Río de la Plata, el asunto estaba complicado. Por esas fechas se conocía en Chile la conformación de la Junta Grande y la derrota de Manuel Belgrano en Paraguay, además del Desastre de Huaqui que dejaba Rio de la Plata y ríos interiores en poder de los realistas de Montevideo. Era importante apoyar al movimiento emancipador y se decidió enviar tropas a Mendoza.

En primera instancia se enviarían cerca de 800 hombres, pero finalmente, se pudieron enviar alrededor de 500: 300 infantes y 200 dragones, 27 oficiales. Todos al mando de Andrés de Alcázar. Dentro de este grupo, iban también el capitán de milicias José Joaquín Prieto Vial, quien posteriormente fue Presidente de Chile, y don Manuel Bulnes Quevedo, padre de Manuel Bulnes Prieto, importante general patriota que también fue Presidente.

Se presume que dentro de este grupo iba Vicente Benavides y que habría prestado servicio a la independencia americana sin mayores inconvenientes, aunque hay historiadores que lo niegan.

Se concentraron las tropas en Concepción, marcharon hacia Santa Rosa de los Andes y cruzaron la cordillera hasta Mendoza llegando en Marzo de 1811. A mediados de Junio, alcanzan Buenos Aires donde son recibidos con marchas y tambores, además de comida y licor para la ocasión.

Esta división peleaba en contra del Rey por lo que no llevaba estandarte o bandera, ya que Chile, por ese tiempo, aun no hacía una declaración formal de independencia y no tenía colores propios para defender.

Se mantuvieron en sus posiciones y apoyaron a la ciudad durante el bombardeo de Buenos Aires en Julio de 1811. Como parte de los preparativos de la jornada, la tropa auxiliar chilena debió trasladar los depósitos de pólvora de la casa de mixtos (lugar donde alojaban) hasta la Iglesia de San Miguel Arcángel.

Durante los conflictos internos en Buenos Aires estuvieron en la ciudad, pero, para la revolución de octubre, cuando el Coronel José de San Martín al mando del Regimiento de Granaderos a Caballo y subordinados, movieron las tropas a la Plaza Mayor exigiendo al cabildo que depusiera el gobierno y reasumiera la autoridad que le dejó el pueblo congregado el 22 de Mayo de 1810. Las tropas chilenas no estuvieron la ajenos a todo esto, ya que, aunque no fueron citados a la Plaza Mayor, eran ellos quienes tenían el control de los depósitos de pólvora y y eran un número suficiente para hacer frente a las tropas pero decidieron apoyar a los rebeldes solidarizando con el movimiento.

Para el año 1813, se conocieron las noticias de la invasión de Pareja en Chile y solicitan permiso para volver en abril de ese año. A fines de mayo cruzan la cordillera cubierta de nieve y llegan a Santiago el 4 de Junio siendo recibidos por las autoridades. Algunos desertores que se quedaron en Buenos Aires, fueron puestos a disposición del diputado de Chile en la provincia para resolver sus casos. Muchos de ellos se habían establecido en esa zona y no era fácil dejarlos y partir a la guerra.

En Julio, las tropas fueron enviadas al sur a apoyar en los primeros combates que se daban lugar en territorio chileno y Benavides fue asignado a los Húsares de la Gran Guardia, cuerpo especial formado por José Miguel Carrera, al mando de José María Benavente. 


Húsares de la Gran Guardia

En este tiempo comienza el sitio de Chillán, cuando las primeras tropas realistas que operaban en Chile se refugiaron en el pueblo. Los primeros días, solo fueron movimientos e instalación de tropas. Los realistas miraban desde el interior todo lo que sucedía y cuando se abrió fuego, este duró 3 días sin hacer mella en los sarracenos.

Estas acciones infructuosas más el desgaste, el pobre equipamiento y mal tiempo (en Julio se sufre lo peor del invierno en Chile) comenzaron a bajar la moral de los patriotas, que no destacaban por su disciplina militar, (toda vez que la mayoría no eran soldados sino milicias y la oficialidad compuesta por criollos sin mayor instrucción militar) comenzando las deserciones en masa.  No hay certeza del momento en que Benavides dejó las tropas nacionales, pero es probable que lo  haya pensado al ver las condiciones precarias de la tropa o que lo haya hecho en este momento. Había oficiales que se dormían en los puestos, otros se dedicaban al pillaje y al juego, no tenían víveres ni municiones suficientes para establecer el sitio y para colmo, la lluvia incesante duró días enteros con un fuerte viento que no dejaba una tienda en pie.

También pudo ser que, al estar cerca de su pueblo natal (Quirihue) donde hubo escaramuzas y saqueos, Vicente haya sentido ganas de defender su propia tierra y, al ver que la tranquilidad se quebraba por la revolución, decidiera irse con el bando que llevaba las de ganar. No olvidemos tampoco que él era un hombre de pueblo, criado en la ignorancia y, aunque aprendió a leer y escribir, no cultivó su mente con libros de grandes pensadores o algo así, sino que su visión de la vida continuó determinada por los sermones de los curas que inculcaban la obediencia al Rey como un gobernante destinado por Dios. Toda su vida, incluso durante los tiempos en que estuvo prisionero, se encomendó con fervor a la Virgen de la Merced.

Lo concreto es que para el año 1814, en marzo, se enfrentan las fuerzas realistas y patriotas en el combate de Membrillar donde las fuerzas revolucionarias estuvieron divididas en dos frentes: por un lado, Mackenna estaba en la zona del río Itata con una pequeña división y O´Higgins, se quedó en Concepción con el grueso del ejército. Gabino Gaínza y las fuerzas reales toman la ciudad de Talca aislando las comunicaciones de los nacionales, de esta forma, envía a Manuel Barañao con una tropa a la vanguardia para atacar a Mackenna primero y luego ir tras de O´Higgins.  En una desordenada carga asaltan el fuerte y son rechazados constantemente por la oficialidad, en los que destacaron Hilario Vial, Agustín Almarza y Santiago Bueras, además de la División Auxiliadora de Argentina, comandada por Marcos Balcarce.


Juan Mackenna

La noche se vino encima y la oscuridad junto con una lluvia incesante obligó la retirada a Gaínza, quien pernoctó bajo un espino y demoró tres días en rearmarse por el alto número de bajas ya fueran muertos o prisioneros. Uno de ellos era Vicente Benavides, quien se había fugado y pasado al batallón Concepción de las fuerzas realistas destacándose por su valor. Apresado en una trinchera que había logrado arrebatar, se defendió fieramente al verse imposibilitado de volver con su tropa. Capturado por desertor y traidor, se le sentencia a muerte, pero Mackenna decide que sea el Consejo de Guerra quien tenga la última palabra y lo envía, junto con otros prisioneros, a Linares. Mientras, se reúnen Mackenna y O´Higgins y planean atacar a Gaínza al amanecer del día siguiente aprovechando la situación ventajosa para ellos. Vicente, astuto, engrillado y todo, ve los preparativos y comprende la situación. Cerca de ellos estaban cargando una burra con explosivos y la azuza lo suficiente para acercarla al fuego que los mismos soldados habían encendido para entibiarse. Un incendio de proporciones y es el caos total. Nadie se ocupa de los prisioneros que escapan por el bosque hasta encontrarse con los suyos. Benavides, informa a Gaínza de los planes que se ejecutarían al amanecer y se pierde el sorpresivo ataque.

Los realistas vuelven a Concepción y se reagrupan. Benavides, que ya tiene fama de intrépido, sigue en las filas y se suma su hermano Timoteo. Sigue participando en cada uno de los encuentros con Gaínza y posteriormente con Osorio formando parte de los batallones que llegaron hasta Rancagua en su camino a la capital de Chile, Santiago.


Bandera del Batallón Concepción


Las tropas nacionales, que estaban fuertemente divididas por rencillas internas entre carreristas y o'higginianos, llegan a acuerdo y terminan acampando en la plaza de Rancagua. O´Higgins comanda la acción que sería respaldada por Carrera. Se levantaron trincheras en los cuatro costados de la plaza, y durante todo el día 1 de Octubre, se defendió e incluso logra que los realistas consideraran retirarse hacia el Sur. Osorio, quien tenía la orden de no atacar sino de viajar de vuelta al Perú a apoyar las campañas del norte, había decidido atacar corriendo los riesgos de la insubordinación; al ver que no podía tomar la plaza, consideró la retirada e incluso llegó a dar la orden de repliego. Dentro de las tropas realistas habían viajado desde el Perú, el batallón Talavera, compuesto exclusivamente por españoles y se entabló una suerte de lucha interna por ver quienes eran mejores y más valientes soldados, los peninsulares o los criollos. Benavides, siempre audaz, tuvo una participación destacada en esta batalla.

"la mañana del 2 de Octubre, después de avanzada, la artillería por forados que se abrieron por poder sostener sus fuegos en las calles directas por lo graneado de metralla i fusilería de la plaza, consiguió tomar una trinchera por el famoso capitán del batallón de Concepción, don Pedro del Pino i el sargento del mismo cuerpo, Vicente Benavides."

Mientras O'Higgins estaba encerrado en la plaza, sin municiones, sin agua, rodeado de fuego y enemigos esperando la ayuda de Carrera, este consideró que la batalla estaba perdida y no concurrió en su auxilio, haciendo de esta batalla crucial, una pérdida tremenda para las fuerzas nacionales. La victoria le dio acceso libre a la administración de España para retomar la conducción del reino. Aquellos que pudieron, huyeron a Mendoza y alrededor de 200 personas fueron enviadas a la prisión de la Isla de Juan Fernández, en el Pacífico Sur.


O'Higgins vigilando en Rancagua

Benavides, por sus actos, fue ascendido a teniente y durante estos años, lo vemos destinado en Valparaíso y luego a Concepción, donde, en 1816 se casa con doña Teresa Ferrer Santiváñez y Roa, hija de don Pedro Ferrer, intendente de Concepción, quien lo acompañaría en cada una de las situaciones vividas por él. En este punto se dedica a lo que mejor se le da, levantar a los indios fronterizos en contra del movimiento independentista y conseguir sus refuerzos para la causa del Rey, con esto afianza su situación militar y su vida social se ve mejorada a través de los contactos de la familia de su mujer.

A fines de 1814, estando en Valparaíso, es ascendido a teniente por ser el único que sabía leer y escribir; a los meses después, es ascendido nuevamente a teniente en efectividad. Sus compañeros, celosos de sus logros, intentan asesinarlo. Cuando es enviado por Vildósola a Santiago a entregar la solicitud a Osorio para que fuera reconocido su nuevo grado, aparecieron cuatro hombres en el camino. La emboscada fue en el sector de los Portezuelos de Lo Vásquez donde, luego de un lance a cuchillo, logró herir a dos y atropellando a los otros, alcanzó a llegar a Casablanca. 

Una vez que el Ejército Libertador de los Andes cruza hasta Chile en 1817, no lo vemos hasta que, luego de la derrota de los realistas en Chacabuco, el intendente de Concepción don José Ordoñez, decide abandonar la ciudad y encerrarse en Talcahuano. Benavides trabajó en la fortificación del puerto pero, a causa de un intento de sublevación de la tropa provocada por él, es castigado por Ordoñez quien lo envía a prisión. El coronel Las Heras, jefe de las tropas patriotas que marchaban contra Ordoñez, intenta aprovechar esta circunstancia incitando a Benavides, a través de una carta, a pasarse al bando patriota, situación que él rechaza. Informado de esto a Ordoñez, es liberado y comandado a levantar nuevamente a los indios de la frontera ganándose el grado de capitán.

Se pone bajo el mando de Osorio cuando éste decide viajar hacia el norte para combatir al Ejército Libertador y es prisionero, junto con su hermano Timoteo, en la batalla de Maipú. Fueron sentenciados por traición, es decir, muerte en la horca pero apelaron en su favor el gobernador del obispado de Concepción, presbítero Salvador Andrade y don Juan Castellón, caballero francés, aliado patriota pero que había conocido a Benavente y su mujer estando en Concepción. A través de estos hombres se comunicaron con Las Heras quien abogó por él ante San Martín, quien le conmutó la sentencia de muerte por presidio. 


Batalla de Maipú

Los prisioneros eran separados de acuerdo a su rango y la oficialidad era enviada a San Luis, Provincia de Cuyo y la tropa se quedaba en Chile cumpliendo condena en trabajos de la ciudad y labranza. Antes de que enviaran a Ordoñez a Argentina, se encuentra con Benavides y le hace entrega de unas cartas para residentes realistas en la que insta a que le entreguen los fondos necesario en caso de establecer alguna empresa contra los patriotas.

Un día, mientras descansaban del trabajo, pasó por su lado don Hilarion de la Quintana, quien al preguntar los nombres de los ociosos, se sobresaltó al descubrir que estaban los Benavides entre ellos y los envió al cuartel de Dragones. Pasados unos días, O'Higgins da la orden terminante de no tener indulgencias con los desertores y prisioneros, por lo que, durante la noche, son sacados por el Teniente de Cazadores a Caballo Ventura Ruiz y su escolta y llevados a los llanos de Maipú. Consciente de lo que significaba, por el camino intentó sobornar a los oficiales mostrándoles las cartas de Ordoñez pero fue en vano. A eso de las dos de la mañana, Ruiz les indica que se pongan de rodillas con el pecho al descubierto. Se les dio el tiempo para encomendarse a Dios y sonaron los disparos de los cuatro soldados, dos tiros cada uno. Ambos hermanos cayeron juntos. El teniente dio la orden de montar de regreso a Santiago, pero uno de los soldados, enemigo personal de Vicente porque había matado a unos parientes, no se contenta con los balazos y sacando su sable le da una estocada en el cuello diciendo que lo hacía para que no reviviese el asesino.


Prisioneros

Sus palabras resultaron una profecía. Benavides no estaba muerto; herido apenas por las balas, se tiró al suelo junto a su hermano para hacer creer que sí lo estaba y, cuando el soldado lo hirió, se aguantó lo que pudo el dolor y no se movió hasta que estuvieron muy lejos. Cuando levantó la vista, vio horrorizado, que un soldado se había devuelto pero éste pasó por su lado sin mirarlo, solo había ido a buscar un zapato. Como pudo, se vendó el corte con la camisa de su hermano y la suya propia y levantándose con gran esfuerzo se acercó a un corral de ovejas donde se veía una pobre luz. El guardia, al principio asustado, poco a poco se acercó cuando Vicente le pidió ayuda porque había sido asaltado en el camino quedándose sin ropa, dinero ni caballo. Lo llevaron con el inspector del distrito para que declarara el asalto y, aunque no quería ir para no ser descubierto, pronto se dio cuenta que era un hombre bueno, que no lo conocía y bastó darle un nombre falso para que fuera auxiliado y llevado a Santiago.

Su esposa, que había viajado desde Concepción al saber que Benavides había sido prisionero, se hospedaba en una modesta casa al sur de la ciudad que eran propiedad de un señor Real, amigo de la familia de ella. Este señor tenía tres casas en Santiago y Vicente no sabía en cuál estaba su mujer, pero el destino era que justo la primera dirección que dio, fuera la acertada.

Su mujer lo atendió y escondió. Cuando, al día siguiente fueron a preguntar por la salud del herido, se les informó que había muerto a causa de las heridas y nadie sospechó nada. Se mandó llamar al padre Valencia, sacerdote franciscano, de confianza y realista y también a un cirujano francés, don Juan Chamoret, que había sido hecho prisionero en Maipú pero que se mantenía en libertad ejerciendo la medicina en los batallones patriotas. Preocupada por la pena de muerte de su marido, contacto a don Juan Castellón, nuevamente, para que intercediera por él. Vino Castellón y conversó con Benavides y lo instó a pasarse al bando revolucionario donde podría hacerse perdonar de las acciones pasadas. Benavente estuvo de acuerdo. A través del Coronel de Milicias Antonio Merino, oriundo de Quirihue y amigo de la infancia de Vicente, consintió en hablar con San Martín a su favor. Las conversaciones fueron favorables y se decidió una cita entre el general y el capitán.

La señal para reconocerse fueron tres rastrillazos de fusil de chispa, que no levantaría sospecha en la Plaza Mayor, justo a la medianoche. San Martín se presentó solo y armado con un par de pistolas. Benavides, junto a Castellón y Merino, estaba disfrazado de arriero, también con armas, pero aun un poco débil de sus heridas y con el cuello tieso, imposibilitado de moverlo con normalidad, situación que arrastraría el resto de su vida como consecuencia del sablazo. 


Plaza de Armas de Santiago

Se le dio la instrucción de reunirse con el ejército realista e incentivar la deserción, además de ayudar en todas las operaciones que los revolucionarios emprendieran. Junto con eso, si era posible, utilizar la influencia que tenía con los indios de la frontera, para conseguir alianzas y que estas acudieran a Santiago para viajar en la Expedición al Perú. Se le entregó también algunos dineros, ropa y alimentos. A los pocos días partía de incógnito a Parral, llevando una carreta de municiones. Su mujer, volvió a Concepción a esperarlo.

Pero Benavides, seguiría dando qué hablar...



Fuentes:

- Historia General de Chile, Barros Arana
- La guerra a muerte, Benjamín Vicuña Mackenna
- 50 héroes españoles olvidados
- Relaciones Históricas, Benjamín Vicuña Mackenna
- Diario Militar, José Miguel Carrera
- Historia Física y Política de Chile, Claudio Gay
- Historia de la Revolución de Chile, Mariano Torrente
- Revista de la Guerra de la Independencia de Chile, José Ballesteros
- Memorias sobre las primeras campañas. Diego José Benavente
- Extracto de un diario de viaje a Chile, Perú y México, Basilio Hall

La venus de Cáceres. 2° Lugar Concurso Literario "Rancagua Simplemente 2016"

Cuando me reencontré con la literatura, después de 20 años, me dije que esta vez lo haría en serio... y eso hice. Hace un año exacto, escribí un cuento para un concurso en mi ciudad, y no obtuve nada. Hace unos meses atrás, trabajando seriamente y gracias a la excelente profesora de literatura del taller que asisto, he corregido vicios y errores y siento que he mejorado. Participé nuevamente en el mismo concurso este año; envié dos textos y ambos quedaron seleccionados para la publicación antológica, con uno de ellos gané el 2° lugar. Ahora les quiero compartir esa historia y espero que la disfruten. Agradezco a la familia que me apoya y a todos aquellos a quienes he encontrado en este camino que recién empieza. Cariños!


La venus de Cáceres

El cuerpo delgado apenas se vislumbra aunque el escote es una constante invitación; lleva siempre pulseras que suenan cuando avanza haciendo girar las ruedas de su silla con manos descarnadas. Tiene el pelo negro, o eso parece; como siempre la veo de noche bajo un farol que mal alumbra la esquina, no lo alcanzo a distinguir bien. La he visto reír como una loca en medio de nubes de dudoso humo y también la he visto romperse la garganta gritando chuchadas(1) a algún cliente que no quiso pagarle. Todas las noches, está parada o debiera decir, sentada, en la esquina de Cáceres con Rubio(2), esperando algún parroquiano para hacer el día.



Se me encoge el corazón cuando la veo lluviosa y tiritona, pero persistente en su empeño a pesar de las desfavorables circunstancias de su discapacidad. Parece un pajarito mojado, con unos ojos gigantes y el rostro marcado por chorreantes ríos negros, mas no aguanta una palabra de consideración de sus colegas y las emprende como fiera cuando intentan ganarle la esquina.

Dando vueltas en mi colectivo(3) de la línea Diego Portales, auto y permiso pagado en cuotas, he podido hacerme una idea de su inestable vida. En las mañanas ella no existe, pasado el mediodía, es una margarita marchita tomando el sol; una vez oscurece, sale embellecida con capas de maquillaje comprado en la feria artesanal, en un intento de ocultar el desgaste del trasnoche continuo, envalentonada seguramente con ron dorado de la Tía Julia(4) que le quita el hambre. A veces, la he visto con una niña sobre las piernas, entonces se ilumina y ambas tienen los mismos ojos de mirada limpia.



Anoche la hablé. Detuve el auto para darle dinero, no podía soportar verla con frío. Con sonrisa torcida me arrebató los billetes, pero cuando ofreció hacerme un trabajo completo por esa suma y me negué, no lo podía entender. Le dije que le comprara algo a su hija y su voz tembló. Yo solo atinaba a mirar sus ojos y vi, detrás de las falsas pestañas y muros de dolor, recelo y más dolor, a una niña triste que me hizo cosquillas en el alma. No dormí.

Debiera vender el auto y cambiar de ciudad. Este tipo de mujeres no son de los trigos limpios, pero quién lo es, mamá por Dios. Se me caló en los huesos y quiero que deje de maquillarse y así se le limpie el rosto, la ropa, el aura, el pelo y su alma para iniciar una vida con ella, en mi departamentito con subsidio donde nadie la conoce y escucharla reír, esta vez, sanamente, cuando entre el sol por la ventana y la saque a pasear en su silla de ruedas.




(1) garabatos, improperios
(2) céntrica esquina de Rancagua, pleno barrio rojo
(3) vehículo de locomoción colectiva
(4) conocida botillería ubicada en el barrio rojo de la ciudad

Día de Todos los Santos. ¡Vamos de Fiesta!



La celebración del Día de Todos los Santos tiene su origen en la costumbre de la iglesia primitiva, de celebrar el aniversario de la muerte de algún mártir, en el mismo lugar de su martirio. Durante la Gran Persecución, en el siglo IV, donde murieron muchos cristianos simultáneamente, fue necesario determinar un día específico para honrar sus memorias. En un principio, solo los mártires y San Juan Bautista, requerían de un día especial, pero en la medida que el tiempo pasaba y el proceso de canonización se fue regulando, también se fueron honrando más santos.

Para el año 609-601 el Papa Bonifacio IV, consagró el Panteón de Roma a la Santísima Virgen y a los Santos Mártires, al convertir este templo de dioses paganos en la Iglesia de Santa María de los Mártires, asignándoles un día de aniversario común a todos.

Años más tarde, Gregorio III, al consagrar una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos, determinó el día 1 de Noviembre como el aniversario oficial. A mediados del siglo IX, esta vez Gregorio IV, extendió la celebración a toda la iglesia católica para venerar a los santos conocidos y no conocidos que no tienen festividad independiente.



Sabemos que fiesta para la iglesia católica quiere decir, todos deben ir a misa, por lo tanto, desde esa fecha, la gente debiera ir a la iglesia a recordar a los santos y mártires para aprender de su santo ejemplo. Esto es lo que la iglesia pretendía, pero, el normal de la gente, iba a la iglesia pero aprovechaba también, de rezarle y pagar misas para sus propios difuntos y la celebración fue perdiendo un poco el rumbo.  Recordemos que era muy importante ayudar con misas y oraciones a las almas de nuestros muertos para que salieran del Purgatorio y consiguieran la vida eterna.

Pasados los siglos y como la gente insistía en repasar más a sus propios muertos que a los oficiales santificados, la iglesia se vio obligada a instaurar el día de Conmemoración de los Fieles Difuntos, más conocido como el Día de los Muertos y se celebra a continuación del de Todos los Santos, es decir, el 2 de Noviembre. 

Separemos aguas: Día de Todos los Santos, 1 de Noviembre, para todos los difuntos que han superado el Purgatorio y gozan de la vida eterna en presencia de Dios. Día de los Muertos, 2 de Noviembre, todos los muertos recientes (y no tanto) que vagan por la tierra sin encontrar un lugar de reposo, es decir, que están en el Purgatorio pagando sus pecadillos.



Pues bien, antiguamente, como se enterraban los muertos dentro de la misma iglesia, el 1 de Noviembre se hacía todo junto y luego, cada uno para su casa. De esta forma, el deseo de comunicarse con la divinidad y con los santos, se mantuvo unido al de reencontrarse simbólicamente con los difuntos propios y rezar por la salvación de su alma, algo así como, aprovechando que estoy en la iglesia. Pero cuando esta costumbre fue prohibida y comienzan los cementerios, la celebración del Día de Todos los Santos se trasladó a los camposantos y lo que fuera un visita rutinaria a misa, se transformó en un viaje particular, realizado por toda la familia, a un lugar determinado en las afueras de la ciudad sin la supervisión celestial y sagrada que tiene un templo.

En Chile, esto comienza inmediatamente con la inauguración del Cementerio General el día 9 de Diciembre de 1821, por el Director Supremo de la época, don Bernardo O´Higgins Riquelme.

Si bien el primer huésped del lugar sería una monja del claustro de Santa Clara, ya para el 1 de Abril de 1822 tenía 995 cadáveres, de los cuales, 87 eran de pago. Esto, porque el cementerio tenía la obligación de inhumar a los pobres de solemnidad que venían del Hospital San Juan de Dios. Pero eso no quiere decir, que no tuvieran familia que los visitara el día 1 de Noviembre.

Como decía, una vez hecho el cementerio, la familia se vio obligada a realizar la peregrinación del Día de Todos los Santos no a la iglesia, sino al camposanto, y se preparaba con antelación para ello.



Pensemos en una familia normal, no puedo decir de clase media porque no había, pero si de obreros y peones, que iba a visitar la tumba del abuelo. Se levantaban temprano, arreglaban la carreta con viandas y bebidas para el calor (Noviembre en Chile es casi verano), además de las flores y los regalitos de frutas para los familiares de otros lados de la ciudad. Hoy en día, el Cementerio General está dentro de la comuna de Recoleta, pero en esos años, era salir de la ciudad, lo que implicaba un largo viaje en carretón. Como había que almorzar, se llevaban algunos pollos para preparar y carne seca (charqui). Si la familia era muy grande, mejor llevar un ternerito para ponerlo en las brasas. Junto con todo, se llevaban también, hojas de totora y palma, para dar sombra mientras se preparaba el almuerzo. Y para que no faltara nada, la buena guitarra y el harpa, que amenizaba el encuentro familiar. 

Esta situación tan simple hay que multiplicarla por cada familia que tenía algún difunto que visitar. Con los años, llegó a ser tanto el movimiento, que el cementerio comenzó a prepararse el día anterior para recibir tantos deudos y a cerrar, el día 2 de Noviembre, dando así, dos o tres días completos de jolgorio al pueblo.

La iglesia pedía que se visitar a los muertos ese día, y se hacía... el resto del tiempo, era otra cosa. Se cumplía con el deber religioso, por lo tanto, el pueblo tenía derecho a divertirse y qué mejor que hacerlo en familia. Bien podía ser la oportunidad de lograr un buen negocio, o encontrar marido, o tal vez, cobrarse alguna ofensa. Según crónicas de la época, la espaciosa avenida de la Cañadilla, que conduce la cementerio, se veía el 1 de Noviembre invadida por carretas llenas de hombres y mujeres engalanadas, que conducían harpas y guitarras, damajuanas con licor, silletas, canastos llenos de fiambres, pedazos de estera y alfombras, i todo cuanto habían menester, no para honrar a los santos ni orar por los difuntos, sino para pasar el rato alegremente después haber cumplido el deber sagrado de visitar el cementerio. Con tales preparativos i hechos en tan inmensa escala, las orjías se prolongaban hasta horas avanzadas de la noche, i los hospitales se llenaban de heridos procedentes de las mismas orjías.



Escándalos, muertos, decenas de ebrios que, sin el mayor respeto por los fallecidos, utilizaban de baño algunas de las tumbas.

En ese tiempo, el suelo sagrado, no tenía muros y dentro del reglamento del cementerio se menciona que será castigado como delito de primer orden el desnudar los cuerpos de la mortaja que llevan o examinarlos a este fin después de enterrados, sea con el pretesto que fuere

Claramente, porque en la práctica, no faltó el que tuvo frío y no encontró nada mejor que quitarle la chaqueta a algún cadáver. Supongo que de ahí vendrá el dicho que, cuando a una persona le queda grande el traje, se dice que era más grande el finado.  

Se robaban los mármoles, los fierros, las flores, las naranjas de los árboles, las piedras e incluso los cadáveres. Tal cual. Y no para fines médicos precisamente, como se hacía en Inglaterra. Era para seguir la fiesta. En algún momento se pudo comprobar que ciertos inescrupulosos, hacían el pino (relleno de carne con cebolla) de las empanadas con carne de los fallecidos.



Con el paso del tiempo, el cementerio contó con muros que ponían a cubierto los cadáveres de ser profanados por los perros, los ladrones nocturnos y los empanaderos.

Así fue creciendo esta fiesta en la Cañada, en donde habrían de sumarse los vendedores de flores, de agua, comestibles y demás, todo esto, aunque cueste creerlo, fomentado por el gobierno de turno. 

Para el año 1834, se dictó un decreto que autorizaba el pago de la celebración:


Núm. 188.
Santiago, diciembre 11 de 1834.

Declárase que el tesoro del Pateón debe cubrir los 28 pesos que en la función del día de ánimas se invirtieron en música y tambores.

   PRIETO.
Tocornal.



Los bailes, chinganas, saraos al aire libre y chicha sin medida, eran algo cotidiano para la fecha. La cueca, reina y señora de la ramada, estaba en su apogeo, pero también estaban los catimbaos que bailaban danzas macabras con los muertos.

Aunque debemos mencionar que, en un intento de mejorar las cosas y evitar tanto jolgorio peligroso, el gobierno decidió abrir una avenida donde había un callejón y plantar árboles que impidieran la instalación de las tiendas.



Diversas situaciones contribuyeron al cambio de esta costumbre. Persecución de la policía por el resguardo del orden público, diferencias en el modo de ver la muerte, el acortamiento de las distancias por el poblamiento de Santiago, por nombrar algunas.

En la actualidad, el Día de Todos los Santos se sigue respetando como el día de visita casi obligada a los cementerios, para dejar una flor en la tumba de algún familiar y rezar por el descanso de su alma; eso para quienes sienten la necesidad de ir. Y se hace en un ambiente tranquilo, de reposo y luego el descanso y jolgorio quedan para el encuentro familiar en casa.




Fuentes:
- La ciudad de los muertos. Benjamin Vicuña Mackenna
- Sepultura sagrada, tumba profana.  Marco Antonio León.
- El cementerio en el Día de Todos los Santos. José Torres Arce.
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